Todo ejercicio de gobierno desgasta. Es una máxima de la praxis política. Aún los políticos más populares han llegado a tener crisis que terminan por mermarlos. En el caso de Andrés Manuel López Obrador, era inevitable que algún día ocurriera y en estos dos últimos meses hemos visto un descenso en sus niveles de aprobación.

Los seguidores acérrimos de AMLO (que siguen siendo la gran mayoría) interpretan como si fuera un ataque, cuando alguien comenta que ha habido un descenso en la popularidad. No es un ataque, simplemente se trata de exponer una condición natural de todo político. Y en el caso de López Obrador, no se si tanto como dicen las encuestas, pero es lógico que se ha desgastado. Poco o mucho, pero ha sufrido ese declive.

Las encuestas de popularidad son un viejo instrumento que en distintos países se ha utilizado para contar con un termómetro de la aprobación que tienen los ciudadanos respecto a sus gobernantes y autoridades. Por ejemplo en Estados Unidos se usan desde la década de los 30 del siglo pasado.

En México, comenzaron a usarse en el sexenio de Salinas de Gortari, cuando la Presidencia abrió una oficina para elaborar un “tracking” todos los días y medir los niveles de aceptación del mandatario. Pero no se hacía público. Posteriormente otras empresas privadas comenzaron a ofrecer estos estudios demoscópicos en su cartera de servicios. Hoy casi todos los diarios cuentan con sus propios ejercicios de medición de la popularidad del mandatario, gobernadores y alcaldes.

AMLO  tiene 62 por ciento de aprobación en la encuesta más alta, María de las Heras, 59 en Reforma , 57 en El Universal y 54 en El Economista (Consulta Mitofsky). Muchos no creen -quizá con algo de razón- en las encuestadoras, que han ido cayendo en un proceso de desprestigio en los últimos años. Pero seríamos ingenuos al negar que existe desgaste.

Si hacemos una comparativa con sus antecesores a estas alturas, AMLO no está tan mal como algunos de ellos. Por ejemplo, según datos de Parametría, en febrero de 2002, Vicente Fox tenía 55 por ciento de aprobación. Enrique Peña Nieto, que aún no se derrumbaba, tenía 50 puntos en febrero del 2014. Al final de su sexenio registró la peor cifra de la historia: 24 puntos.  Sin embargo, curiosamente Felipe Calderón estaba en 66 puntos en febrero del 2008. Motivos sobran para desconfiar de algunas encuestadoras, pero hay que recordar que en esos tiempos la narrativa del combate a la delincuencia vendía.

Entonces, tienen razón quienes apoyan al presidente, cuando comentan que AMLO no está tan mal en aprobación como pregonan sus malquerientes.

Pero hay un dato revelador. Si consideramos que AMLO arrancó con altísima popularidad (La mayor de las últimas seis presidencias) con cifras que rondan los 80 y los 70 puntos, entonces el presidente perdió ya, entre 18 y 20 unidades. El caso es que esa pérdida se aceleró en el último bimestre. En noviembre y diciembre, el presidente López Obrador todavía gozaba de niveles que rondaban en 70 puntos o más. Nada ni nadie lo tumbaba.

Este declive coincide precisamente con su falta de tacto por el tema de la violencia contra las mujeres. Y también con la famosa rifa del Avión Presidencial, que en un inicio fue una genialidad de la comunicación política, terminó convirtiéndose en “chunga”. Además de algunas declaraciones innecesarias, algunas de ellas en temas sensibles, como la seguridad.

¿Cuáles son los motivos por los cuáles existe este desgaste (mucho o poco)?

A bote pronto y a reserva de analizarlos a profundidad en próximas entregas, detecto los siguientes:

  • Excesiva exposición de la figura presidencial. Cinco mañaneras y giras en fin de semana, es demasiado.
  • Inseguridad que no cesa y ausencia de una estrategia que de resultados.
  • Mal manejo de la crisis de violencia contra las mujeres, tildando de conservador al movimiento.
  • Poca empatía con las víctimas y demasiada consideración con los delincuentes en algunas declaraciones polémicas
  • Otro factor que afectó a la perdida de popularidad, fueron los líos del recién creado Instituto de Salud para el Bienestar (Insabi) y el desabasto de medicamentos para niños con cáncer.
  • Una clase media alta y universitaria que se siente decepcionada por el incumplimiento de expectativas.

Y es que, sobre este último punto, ese es el doble filo de las altas expectativas. En la praxis no es tan fácil cumplirlas. E inevitablemente viene la decepción.

Ojalá, se pueda enmendar el camino. Aunque el tiempo se agota.

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