No, no se matan entre ellos, se matan entre nosotros y cada vez es menos raro que también maten a los de nosotros, niños, niñas, mujeres, hombres que tuvieron la mala suerte de estar en donde ellos decidieron asesinar. El expediente del que se valen las autoridades para tratar de explicar cómo es que por varios rumbos de Jalisco, en el área metropolitana de Guadalajara, hay quienes sin más ni más asesinan a otros, es dejar en calidad de ellos a los criminales y a los muertos, con lo que tangencialmente sugieren que a los lados de los cañones humeantes de las pistolas hay un nosotros ajeno a las disputas de los ellos; ajeno hasta que uno de los nuestros, que evidentemente no es de ellos, cae y el resto nos untamos del miedo y de la desesperanza y de la desconfianza que son el residuo de la matazón que no puede ser reducida a los pronombres.
Pero, por un rato aceptemos la versión oficial: es entre ellos, luego preguntemos qué toca ¿atender a que su especie se extinga a balazos? Porque es claro que por estas fechas aún son muchos menos que nosotros. O quizá lo que corresponda sea implorar a la deidad de nuestra preferencia que ellos encuentren fórmulas no violentas para repartirse el territorio que cada día es menos nuestro, modos discretos para hacer y dirimir sus negocios, narcomenudeo, robos, asaltos, secuestros, extorsión, trata de personas. ¿O acaso lo conducente sería que terminemos por abandonar el espacio público y que cada cual se limite a ir de su casa al trabajo o a la escuela y de regreso? Con salidas ocasionales, bien planeadas y de preferencia en convoy, para avituallarse y hacer trámites imprescindibles. De esta manera dejaríamos de exponernos en los sitios en los que ellos hacen lo suyo a sus anchas y como que no quiere la cosa tendríamos los autos a buen resguardo, lo más cerca de nosotros, las casas estarían en principio salvas desde que no las dejaríamos solas y las familias quedarían constantemente ciertas del lugar en el que sus miembros están, sin el sofoco que se produce cuando alguno o alguna está en ese sitio de perdición llamado la calle.
Lo terrible es que las descabellas opciones del párrafo previo, día a día lucen menos impropias pues el grito generalizado es: sálvese quien pueda. Pero más terrible aún es que las propuestas antes esbozadas al menos lucen tan descabelladas como las siguientes: que los responsables de la prevención social de la violencia y de la seguridad pública resuelvan esta crisis sostenida de crímenes que, en algunas de sus vertientes, no hace sino mantener una tendencia creciente. Que además de que la prevención y la seguridad conformen un sistema eficaz, el de la justicia haga lo que le atañe impecablemente, de los juicios a los centros de readaptación y así, que la impunidad merme hasta el rango de pesadilla superada. O que el gobierno federal de una vez por todas sea el soporte que no ha sido para los gobiernos locales; sí con la Guardia Nacional, cuyas mejores expectativas no nacen de su diseño y atribuciones sino del muy endeble argumento de que es un cuerpo nuevo de seguridad, pero asimismo con presupuesto que apuntale la única estrategia que atenderá más allá de la urgencia de contener a los malhechores: fortalecer a los cuerpos de seguridad estatales y municipales. O el sueño que parece estar corriéndose velozmente a la frontera en la que arrumbamos lo imposible: atacar el flujo de dinero del crimen organizado hacia el mundo financiero y bancario para dar, al fin, con los socios de aquél que, parapetados tras sus cuellos blancos y la función pública, han propiciado que los ellos que se matan entre nosotros parezcan tener el control sobre lo que la sociedad hace y puede ir siendo.
Ojalá alcanzáramos a estar seguros de que ya tocamos fondo, que los enfrentamientos armados entre delincuentes y las fuerzas públicas de seguridad son evidencia de la desesperación de los primeros. No es así, la sensación de ahogo que nos produce no tener certeza respecto a lo que podemos hacer para salir de este estado de sitio más bien apunta a que, como siempre, lo peor está por venir, justamente porque las respuestas de las autoridades, en el campo de batalla y con sus discursos aderezados de cifras y estadísticas, no convencen; los gobernantes, como nosotros, más bien lucen siempre sorprendidos, como si nadaran a contracorriente, y los policías, literalmente, se juegan la vida por el simple hecho de serlo, no porque caigan en el frente de guerra (y que conste, no debería morir ninguno en ninguna circunstancia) y eso vuelve más atroz que además sean sorprendidos en su día franco o al salir de su casa. En teoría el Estado nacional tiene de su parte la legitimidad, la inteligencia que puede poner en juego por los soportes tecnológicos e informáticos con los que personal entrenado valora las mejores y más contundentes tácticas, pero igual de su parte el Estado tiene la convicción republicana de crear a como dé lugar un ambiente en el que prime el derecho, y también en su bando tiene a los millones que idealmente estamos con él y con los gobiernos que lo representan, el asunto es ¿usa algo de esto a favor de su acción contra los delincuentes?
Estamos lejos del anhelo prototípico de nación; las únicas seguridades muy evidentes son que la gente está, se siente insegura, y los gobiernos no saben cómo hacer para no sólo reaccionar y ponerse delante del problema. Y mientras, por todas partes, las balas se imponen y nos subyugan.
Aunque, no nos limitemos tanto; la verdad es que podemos hacer una lista de certidumbres que a lo mejor puede ser punto de partida para alzar la cara y vislumbrar luz en esta oscuridad ascendente. Sabemos que en las calles de Guadalajara hay muchas armas ¿no hay algo que podamos hacer para erradicarlas? Tal vez los grupos que defienden los derechos humanos podrían esbozar un esquema para que sin violar la Constitución nos permita controlar esa impunidad que es trampolín de la otra, la que rige luego que alguien hala del gatillo para matar. Sabemos que no hemos sido capaces de optimar la escasez de policías con el apoyo de la tecnología, por ejemplo para que los patrullajes sean más efectivos, por ejemplo para que su presencia sea dirigida a los puntos en los que son más necesarios, por dos razones: por los delitos que ahí ocurren y porque irradian la violencia que afecta a la metrópoli entera; escudados en el artículo constitucional que da vida a los municipios hemos sido incompetentes para que las policías de cada demarcación actúen sincronizadamente ¿no hay nadie con la fuerza política y moral para conjugar positivamente lo que sí tenemos y liberarnos? Asimismo, sabemos que la denominación “crimen organizado” implica a personas que se confabulan desde los gobiernos, la iniciativa privada y la delincuencia para alzarse con lo que nos les pertenece, incluso vidas ¿será tan difícil desmontar la red de complicidades que han creado? Por lo pronto, podríamos perseguir a los funcionarios, las autoridades y a las personas del común que están coludidos y nos dañan.
No, no se matan entre ellos, se matan entre nosotros y porque algunos y algunas de entre nosotros mismos les facilitan armas, como la impunidad.