• Columna de opinión.
  • Escrita por: Oscar Miguel Rivera Hernández.

El pasado 2 de junio, en Jalisco fuimos testigos de una contienda electoral que culminó con la victoria de Pablo Lemus, consolidando su liderazgo con una diferencia de poco más del 5% sobre la candidata de Morena, Claudia Delgadillo. No obstante, lo que debería haber sido el cierre de un proceso democrático, se ha convertido en un escenario de tensiones, declaraciones incendiarias y acciones legales por parte de Morena, que han expuesto una profunda desconexión entre este partido y la realidad política del estado.

Es innegable que Pablo Lemus es un político con experiencia, con una base sólida en Guadalajara y una trayectoria que lo respalda. Sin embargo, Morena y su candidata han optado por desconocer los motivos de su derrota. Claudia Delgadillo, lejos de aceptar el resultado electoral, ha denunciado un presunto fraude, presentando impugnaciones que no han sido respaldadas con pruebas contundentes. Esta narrativa de “nos robaron la elección” ya es conocida en otros contextos, pero en este caso ha alcanzado niveles que ponen en duda la seriedad del partido para enfrentar su derrota de manera madura.

Lo que resulta más alarmante no es simplemente la derrota de Morena, sino la forma en que han reaccionado frente a ella. Tras el anuncio de los resultados, Delgadillo declaró rápidamente que el proceso había sido fraudulento, acusando a Pablo Lemus y a las autoridades electorales de manipular la elección a su favor. Sin embargo, las pruebas presentadas hasta ahora no han sido suficientes para respaldar esas afirmaciones. La impugnación fue recibida con escepticismo tanto por el Tribunal Electoral como por una ciudadanía que parece haber sido testigo de una elección legítima.

La bancada de Morena en Jalisco, junto con su dirigente nacional Mario Delgado, no ha escatimado en su defensa de la impugnación, asegurando que cuentan con pruebas suficientes para anular la elección. Sin embargo, esta postura parece más una estrategia para mantener la narrativa del fraude que un verdadero esfuerzo por demostrar irregularidades. En lugar de basarse en hechos, Morena ha optado por sembrar dudas, generar confusión y movilizar a su base con discursos inflamatorios que, lejos de fortalecer el diálogo democrático, lo debilitan.

Es necesario criticar estos intentos de desinformación que, lejos de aportar a la transparencia del proceso electoral, erosionan la confianza pública en las instituciones. Si bien el derecho a impugnar es legítimo en una democracia, hacerlo sin bases sólidas y con un discurso polarizador solo contribuye a minar el tejido democrático. Las acusaciones de “violencia política” por parte de Lemus, aunque repetidas por Morena, no han sido sustentadas de manera adecuada, lo que plantea serias dudas sobre la intención detrás de estas afirmaciones.

Es evidente que Morena está tratando de movilizar a sus seguidores ante una derrota que no quieren asumir. Pero este tipo de tácticas polarizantes y desestabilizadoras no solo afectan su credibilidad, sino que también ponen en peligro la cohesión social y la estabilidad política en el estado. En lugar de analizar las razones de su derrota —una campaña desconectada de las necesidades locales y la falta de propuestas concretas que atraigan a los votantes—, Morena ha preferido recurrir a un enemigo externo como chivo expiatorio.

No es la primera vez que Morena enfrenta dificultades en Jalisco. El estado ha demostrado ser un terreno difícil para el partido, con un electorado que, en su mayoría, prefiere opciones locales sobre las propuestas nacionales. Sin embargo, en lugar de reflexionar sobre el mensaje que el electorado está enviando, Morena ha optado por el camino de la confrontación, lo que, a todas luces, no parece tener un desenlace favorable para ellos.

Por su parte, Pablo Lemus ha mantenido una postura firme ante las declaraciones de Morena. En respuesta a la rueda de prensa de Mario Delgado y Claudia Delgadillo, Lemus ha asegurado que no hay bases para anular la elección y que el Tribunal Electoral fallará en favor de su victoria. Su discurso no solo refleja confianza en el proceso, sino que también responde a la necesidad de mantener la estabilidad política en el estado.

Las declaraciones de Claudia Delgadillo, por otro lado, parecen más un intento por mantenerse en el foco mediático que una verdadera búsqueda de justicia electoral. Acusar sin pruebas, impugnar sin fundamentos y desacreditar a las autoridades electorales son acciones que, lejos de fortalecer el sistema democrático, lo debilitan. Morena, un partido que enarbola ser la voz del pueblo, parece haber olvidado que la democracia no solo se trata de ganar, sino también de saber perder con dignidad.

El triunfo de Pablo Lemus es un reflejo de una campaña bien estructurada, que supo leer las inquietudes de los ciudadanos y ofrecer soluciones concretas. Morena, en cambio, sigue aferrándose a un discurso confrontativo que no conecta con la realidad jalisciense. Al insistir en la impugnación y en la narrativa del fraude, el partido se distancia cada vez más de los votantes, quienes esperan propuestas y soluciones, no quejas y excusas.

En última instancia, la elección en Jalisco debería servir como una lección para Morena. No se trata solo de ganar, sino de saber aprender de las derrotas. El camino de las impugnaciones y las acusaciones infundadas solo conduce a un callejón sin salida. Si Morena desea recuperar terreno en Jalisco, deberá replantear su estrategia, escuchar más y confrontar menos. Porque la verdadera construcción de la democracia no se logra solo desde el poder, sino también desde la humildad de aceptar cuando el pueblo elige a otro.