Lorenzo Córdova Vianello, Secretario Ejecutivo del INE Foto: INE

Ante la sombra de amenaza que oscurece el panorama del Instituto Nacional Electoral (INE), se multiplican las voces que llaman a defender a este órgano supuestamente “ciudadano”, casi casi como si fuera una institución de primer mundo. Y hasta advierten que se destruiría a un valioso garante de la democracia. Algo que en la práctica hace mucho tiempo que ocurrió.

Si bien, la creación del otrora Instituto Federal Electoral fue resultado de diversas luchas sociales que orillaron a la clase política a ceder y crear un organismo autónomo que se encargará de organizar los comicios, es innegable que con el paso de los años el INE terminó adulterando su visión original.

Hoy por hoy, ningún organismo electoral del país, sea el nacional, o los locales (conocidos técnicamente como OPLES), se salva de la quema. Todos están secuestrados en mayor o menor medida por los partidos políticos y grupos de interés.

El mercadeo político es la manera en que se nombra a los consejeros electorales, o a los titulares de las direcciones que integran estas estructuras que se han convertido en elefantes cada vez más obesos.

Los partidos políticos se intercambian los espacios como si fueran fichas de damas chinas, o simples canicas. Casi siempre con el principio de descartar primero a los perfiles que les generan incomodidad en los grupos fácticos, y dejar a los personajes que causan menos escozor entre los liderazgos políticos. Terminan repartiéndose los espacios con base a la correlación de fuerzas en el Congreso. Es decir, al partido con más diputados, le tocan más consejeros y a los que menos legisladores tienen, les tocan menos.

Además vienen los “pilones” o compensaciones. Si algún partido político tiene menos fuerza en el interior del congreso, se le da como consolación alguna dirección para uno de sus allegados, dentro del propio INE, o en alguna otra dependencia pública. Es decir: la máxima expresión del tianguismo político.

También hay que decir que ante los inminentes ataques del Gobierno de la Cuarta Transformación en contra de los órganos constitucionales autónomos (entre ellos el INE), también sus integrantes tienen mucha culpa de que hoy el pueblo no los defienda y los deje morir solos.

En el caso del INE, se ha vuelto reducto de una obesa burocracia dorada que nos cuesta a los mexicanos 10 mil 500 millones de pesos al año. Un elefante que si bien, tiene actividades constantes, como la emisión de credenciales de elector, la razón para la cual fue creada en esencia, la organización de procesos electorales, solo se da cada tres o seis años. Y aún así tenemos que seguir sosteniendo esa pesada estructura.

Se crítica que en el INE han  mostrado mayor interés por el dinero que por la democracia. Mala impresión dejó el hecho de que sus consejeros se ampararon para no dejar de recibir su salario, que superaba al del Presidente de la República.

Y ahora ponen la cereza en el pastel. Los consejeros decidieron reelegir, por tercera ocasión, al Secretario Ejecutivo, Edmundo Jacobo, quien ya tiene doce años en el cargo y va por otros seis más.

El problema es que el periodo de Jacobo concluía hasta abril, y en esas fechas deberán estar nombrados cuatro nuevos consejeros y como muy seguramente son de Morena, los actuales consejeros, afines al presidente Lorenzo Córdoba, se blindaron, previendo que en el corto plazo el escenario no les será favorable.

Eso, si bien es legalista, no es legítimo. Debieron esperar a que los nuevos consejeros, con otra correlación de fuerzas, decidieran al perfil de quien será el nuevo Secretario Ejecutivo, que por cierto, es el cargo clave para el funcionamiento del INE.

Con este tipo de decisiones, flaco favor se hacen los consejeros del INE. Por eso el pueblo (o los ciudadanos, como les gusta decir a los tecnócratas) no los defienden. Es más, hasta se frotan las manos por ver que desaparezcan o reformen al Instituto. En lugar de tenderles la mano para rescatarlos de una caída al precipicio, al pueblo le gustaría pasarles las manos para que se desplomen en cuanto antes.

El Instituto Nacional Electoral y sus símiles a nivel estatal en el país necesitan una evidente sacudida. Una estructura menos obesa y un esquema para que solo nos cuesten cuando haya actividades en tiempo electoral. Además que sean realmente los ciudadanos o los académicos quienes le entren su nombramiento y no los diputados o senadores. Que haya presidencias rotativas y quizá al estilo del sistema anticorrupción sus consejeros sólo reciben una remuneración simbólica, en modalidad de servicios por honorarios.

Alguna vez platiqué con el doctor Jorge Alonso. El fue integrante de aquel primer consejo electoral que en Jalisco permitió la alternancia. Aquellos consejeros de mediados de la década de los noventa, no recibían salario. “Por eso jamás nos préstamos a chuecuras. lo único que teníamos era nuestro prestigio y no íbamos a arriesgarlo”, me dijo.

Lo que es un hecho es que el actual INE de nada se parece a aquel IFE de José Woldenberg, Miguel Ángel Granados Chapa o Ortiz Pinchetti.

Por ello creo que defender al actual INE, a ultranza, como si fueran un castillo de la pureza democrática es absurdo. Pero tampoco debemos permitir que sepulten al INE, con una nueva tanda de consejeros que muy seguramente serán serviles al Gobierno de la Cuarta Transformación. No se puede permitir que los consejos ciudadanos agudicen su sumisión.

Porque si bien, al INE ya lo mataron desde hace mucho tiempo, ahora Morena lo va a sepultar.