Al ver un recambio súbito en quien tiene un puesto público obtenido más por su talante político partidista que por sus méritos profesionales, lo primero que hacemos es medir las repercusiones, el impacto y el juego político; bien poco dedicamos a calibrar qué de aquello que era atribución del recambiado sufrirá una muda, buena o mala, para la gente con la que la función correspondiente tenía que ver.

Para no generalizar, para el tema: peso político vs. peso eficacia gubernamental, es muy apropiada la remoción del Delegado Federal de Programas para el Desarrollo, y apenas escribo “remoción” y se desatan conflictos: una versión afirma, la del propio Carlos Lomelí, mejor conocido como el Súper Delegado (el hiperbólico Súper le acomodó no por su capacidad, sino por el hecho de haber sido perdidoso candidato a gobernador, amigo del Presidente y millonario); la otra asegura que López Obrador le pidió que renunciara. La cosa es, y que cada cual tome la lectura que encaje mejor en su particular escenario político, ¿se puso en la balanza de la decisión a los jaliscienses que dependen de los programas sociales del gobierno de la nación? Es decir, el presidente, si fue el caso, o Lomelí ¿consideraron las contrariedades que a muchas personas acarrearía el cambio de mando en la hiper delegación? Mi respuesta tiene el atributo de ser la de un solo individuo, y esto es lo central para incurrir adecuadamente en el refuego político: que de uno en uno, desde los pareceres más disímbolos, desinformados, meramente pasionales o hasta los muy técnicos, casi científicos, demos nuestro parecer respecto a las permutas en la administración de lo público, nomás por el gusto de debatir, pero sobre todo por el placer silvestre de tener la razón a como dé lugar. Si nos empeñáramos en la otra política, la útil para hacer los arreglos y acuerdos que beneficien a la sociedad que según se asienta en la Constitución está formada por iguales, deberíamos privilegiar otro ángulo: qué de lo que tenía mandatado hizo bien, o mal, el súper defenestrado.

Pero esto no lo preguntamos; los programas sociales del presidente, jóvenes hacia el futuro, apoyo a los adultos mayores y a las familias, para ayudarlas con el pago de la guardería, las becas para estudiantes, las universidades Benito Juárez y lo que quedó del recién sepultado Seguro Popular, además del rol, entre otros, que debe actuar el gobierno federal en la seguridad pública, en las áreas naturales protegidas y en el manejo del agua, para el delegado Carlos Lomelí, y para muchos analistas también, lucen como temas pretexto para perseverar en una posición de poder político frente a las instancias estatales, de todo tipo, y de cara al siempre cercano proceso electoral.

Tan es así, que ahora las discusiones giran en torno a cuál personaje político, o política, deberá suplir al súper delegado, y el tono y el tema son los mismos: calculamos relaciones y conveniencias políticas, de unos y otros, de partidos unos y otros, y no mucho más.

Imaginemos un país en vías de una transformación constatable, o sea: un país de cara a la justicia, inapelablemente responsable con el dinero público, que se aproxima al acceso igualitario a la educación, a la salud, a los buenos servicios públicos, etc., etc. Pues bien, un día, en esa transformada nación, uno de los delegados del presidente es pillado por conflictos de interés, por poca claridad en el origen de su fortuna y por sospechas sobre la distancia que en verdad ha puesto respecto a sus negocios, entonces, cómo no, deja su puesto y, en consecuencia, hay que reemplazarlo, cuál sería el perfil que en semejante república un funcionario de ese nivel tendría que llenar. De entrada, capaz de entender el concepto desarrollo social en un Estado que dispone muchos recursos -aún no suficientes- para erradicar la pobreza que se ceba en la falta de oportunidades, para contribuir a la prevención social de la violencia y asimismo para apuntalar la vida de los integrantes de grupos vulnerables con transferencias monetarias; quien cumpla el requisito previo, además deberá ser hábil para coordinar sus esfuerzos con los de los otros dos niveles de gobierno y  para apuntalar las áreas débiles de los ayuntamientos y del gobierno del estado con las potencias que la federación ponga a su alcance; interesados, interesadas, presentarse en Palacio Nacional, junto al Templo Mayor de la Ciudad Capital, con evidencias de que algo como lo reseñado han hecho.

Quizá sea una exageración suponer que por estas fechas, incluso en un futuro no lejano, algo así ocurra; insinuarlo debe ser chocante para los defensores del actual gobierno de México y les dejamos la posibilidad para que nos espeten: antes no exigían, ahora sí, sólo para que terminen con un insulto dirigido a  quien se atreve a idealizar una situación político-social cuando lo que toca, si de ellos dependiera, es tener paciencia y callar, principalmente esto último: anatema para quien contraste la realidad con las expectativas, anatema para quien ose sugerir que esto ya lo vivimos.

Casi nadie repara en que si recaemos en los análisis inerciales lo que en verdad hacemos es afirmar que casi nada ha cambiado: el dirigente estatal, en Jalisco, del partido al que pertenece Carlos Lomelí, Hugo Rodríguez, declaró que aquél es su amigo y que lo que le aconteció es parte de los golpeteos por el proceso para renovar la dirigencia nacional del Movimiento de Regeneración Nacional, Morena, y para que se note que de plano estamos en un cambio de época, el líder estatal manifestó ayer que el enfrentamiento con el gobernador Enrique Alfaro también tuvo que ver con la salida de Lomelí. ¿En dónde, cuándo hemos escuchado algo así? ¿Habrá transformaciones inversas?

Mientras, en Ciudad de México sí brotaron señales del cambio ofrecido: la secretaria de la Función Pública, Irma Sandoval, confirmó, también ayer, que son siete investigaciones las que su dependencia conduce sobre Carlos Lomelí, tres de ellas vinculadas con conductas contrarias a la Ley de Responsabilidades Administrativas de los Servidores Públicos. Para Morena Jalisco, cabe suponer, la secretaria Sandoval está en el requiebre politiquero por incidir en la elección de quien comandará el partido; para quienes buscamos indicios de la tal transformación, con la remoción o renuncia, de igual, del Dr. Lomelí, alguna esperanza gana luz.

Pero miren nada más, caí en el truco: me centré en la suerte pública de un sujeto y en los adyacentes a aquélla, a su suerte, en tanto que muchos de los beneficiarios de los programas sociales que el funcionario debía atender siguen en el desasosiego, como muchas de las materias de incumbencia federal. Ni modo, ya aprenderé… es decir, me transformaré, espero.