Ante la pregunta: ¿hay agua? Solemos responder domésticamente: sí, mi escusado funcionó hace rato o lavé el coche o los trastes; o bien, con el mismo fondo doméstico: no, hace días que a mi colonia no llega y no tengo dinero para pagar una pipa, o hay a ratos y mala. Qué tan domésticos serán los porcentajes que acordaron los gobernadores de Jalisco y Guanajuato para distribuirse el agua de la cuenca del Río Verde, ésa que tiene en la presa El Zapotillo una de sus estancias. ¿Hay agua? Sí, podría contestar Enrique Alfaro, 76% de la que corre por el cauce del Verde, o si optara por cierta precisión: de la que corra, es lo bueno de los porcentajes, no comprometen sino a repartir lo que haya; de cualquier forma, en Guadalajara, mientras más allá del acuerdo interestatal no se acaben obras muy necesarias y sucedan otros, varios arreglos sociales y políticos, unos continuaremos afirmando sí, agua tenemos, y otros, muchísimos, dirán no, no hay.

     Pero lo doméstico de las respuestas no está dado únicamente porque la gente sólo se valga de su experiencia casera, el adjetivo es justo porque define al modo de plantearnos los problemas socioeconómico-ambientales. En Guadalajara (en buena parte de las ciudades del país) muchos de quienes disfrutan de un abasto de agua cotidiano y constante no tienen entre sus prioridades reducir su consumo, pagar más por litro o ser críticos respecto a su papel personal en el ciclo del agua; y si a los mercaderes inmobiliarios o de parques industriales los cuestionáramos: ¿hay agua? Contestarían que sí, hayan abierto o no un grifo para cerciorarse, lo que para ellos domésticamente implica algo tan relevante tiene más bien que ver con su certeza en que la responsabilidad en todo caso es del gobierno. Es decir, cada cual replica desde la inmediatez de su entorno e intereses, incluidos los gobernantes que en no pocas ocasiones se contentan con arreglar tuberías legales y cárcamos políticos, como si eso supliera lo demás que es imperativo saber: cuánta agua hay, en dónde, qué tan disponible, para cuál cantidad de tiempo, de qué calidad, y considerando a la población, a toda, sus necesidades y actividades.

     ¿Alguien recuerda el sonado caso de la UNOPS? La Oficina de las Naciones Unidas de Servicios para Proyectos que la administración de Jorge Aristóteles Sandoval contrató como tercería para que su gobierno decidiera mejor (cosa que no sucedió) dos cosas: la altura de la cortina en la presa el Zapotillo y el afamado caso del trasvase de agua de aquel naciente cuerpo de agua a la ciudad de León, en Guanajuato; el dilema era: 80 metros versus 105 y, en consecuencia, un maniqueo sí, agua para León, o no. De por medio, con la elevación del muro del embalse se jugaba, se juega, la existencia del pueblo Temacapulín; Acasico y Palmarejo estaban condenados de antemano; con el trasvase aparece el dilema que plantean algunos ambientalistas: pasar agua de una cuenca a otra no es lo más recomendable, además de las inevitables quejas de los chauvinistas que nunca faltan: lo de Jalisco es de Jalisco. Simplifico algo muy complejo; sin embargo, estas disyuntivas, que incluyen la quiebra de la empresa Abengoa, contratada para hacer el acueducto, y las manifestaciones en contra de la presa El Zapotillo, eran, son el centro aparente, al cabo, todo concurre en un par de inevitabilidades: agua para León, agua para Guadalajara.

      El caso es que UNOPS vino, cobró 90 millones de pesos y nos dejó con los conflictos casi en las mismas, no por su culpa, sino por la politización dañina de este tipo de asuntos; al final, esa Oficina de la ONU legó un estudio que contiene datos e información que por lo menos sirven para alimentar el debate con algo más que posturas personales, unas, atravesadas por la codicia y el ansia de poder. Por lo pronto, no se trata de internarse en los meandros hidrológicos, pero sí podemos tomar del trabajo de la UNOPS una descripción: “El sector agropecuario siempre ha jugado un rol muy importante en la cuenca del río Verde, tanto desde el punto de vista socioeconómico como por el hecho de ser el proveedor de proteína animal más importante del país, y líder nacional en la aportación al PIB del sector primario (11%). De igual manera, la cuenca del río Verde, y dentro de ella especialmente en los Altos de Jalisco, se encuentra la región que más proteína animal produce en México y ocupa el primer lugar nacional en la producción de leche, porcino y aves/huevos. Siendo la cuenca del río Verde el productor de huevos más importante a nivel nacional, se estima que la tasa de crecimiento de este sector será igual o mayor que la estimada a nivel nacional. (…) “En el análisis de las características demográficas dentro del sistema hidrológico del río Verde se localizan cincuenta y seis municipios que se encuentran total o parcialmente dentro de los límites de la cuenca, con una población de 4, 143,731 habitantes en 5,127 localidades según el último censo de población y vivienda de INEGI al año 2010.

     “De acuerdo al[sic] Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social el nivel de pobreza se presenta en 24 de los 56 municipios de la cuenca del río Verde; en cuanto al nivel de pobreza extrema (10 al 28% del total de la población) existen 25 municipios en esta clasificación y 22 municipios con porcentajes de población [en pobreza] extrema menores al 10% de su población total.”

       El extensamente citado estudio asimismo menciona “(…) En el contexto actual de la cuenca del río Verde, el patrón de concentración demográfica representa una limitante para desarrollar un sistema de Gestión Integrada de Recursos Hídricos.”

     Entonces, quizá no convenga olvidar que la cuenca del Río Verde es mucho más que Guadalajara, León y algunas poblaciones de los Altos de Jalisco que serían beneficiadas con el trasvase. El remate de la cita es contundente: la población y sus características socioeconómicas son un escollo para desarrollar un sistema y gestionar integralmente las aguas del Verde, y más insuperable luce ese escollo si sumamos la prácticamente nula gestión de recursos de todo tipo que evidencian nuestras urbes, tiránicas, que exigen agua y territorio y bienes naturales al costo que sea, sin importar quiénes paguen, esta generación o las por venir.

     No obstante, no es menor que el gobernador Enrique Alfaro y Sinhue Rodríguez, el de Guanajuato, hayan firmado un acuerdo. Ojalá esté en su horizonte que es ineludible además ordenar nuestras ciudades, las formas de producción, el tratamiento de los desechos líquidos, etc., etc.; si no, resultará que cíclicamente tendremos que buscar cuencas, cada vez más allá, y otras comunidades a las cuales conculcar parte del agua, para que unos, cosmopolitas, puedan asegurar con desahogo: agua sí hay, ignorantes del sacrificio que su baño diario supone para personas concretas, parecidas a las que en las metrópolis responden hoy y quizá lo harán mañana: agua no hay, bueno, a veces una poca y sucia.