Si digo: “la verdad, nunca se sabe”, incurro en un coloquialismo que exige dominar el lenguaje local para entender su sentido fino, o dicho sin ánimo de excluir, su significado mexicano: usamos la expresión la verdad como muletilla, énfasis que equivale a: es sabido por todos, o bien para insinuar que una afirmación no admite réplica. De este modo, la verdad, nunca se sabe, implica que hay datos, evidencias, a las que no tenemos acceso y ni modo, que es otro coloquialismo, o sea: no hay forma de saber y más vale resignarse.

Si digo:la verdad nunca se sabe”, sin la coma, sin el brevísimo silencio entre verdad y nunca, digo más: que no nos es dado conocer la verdad. Punto. La coma hace una diferencia, sugiere un matiz esperanzador: puesta después de nunca es un giro del lenguaje, sin ella la verdad se queda en calidad de inaprehensible.

El escritor Daniel Sada en 1999 publicó una estupenda novela, de la que por lo pronto el puro título aporta: Porque parece mentira la verdad nunca se sabe. Otra vez, las particularidades locales al hablar: parece mentira es otra manera nuestra de proponer algo como: aunque usted no lo crea; por ejemplo: parece mentira, pero a Fulano no lo han promovido en su trabajo, con lo que dejamos implícito que Fulano es tan bueno que sorprende que no lo asciendan; o según lo que ahora nos compete, el título que usó Sada para su ficción podría interpretarse así: es de no dar crédito que nunca sepamos la verdad, o bien: eso que nos parece una mentira es la puritita verdad y entonces, aunque la vemos, no la reconocemos.

Se ha dicho bastante sobre la posverdad, definamos, para enmarcar la reflexión, que en el debate público la posverdad es el aserto que gana la categoría de verdad merced a que apela a las emociones, no a los hechos, y porque viene bien a los prejuicios que un grupo, o una persona, tiene respecto a un asunto. La posverdad está relacionada con la propaganda, especialmente con la política, en la que no se trata de ganar moralmente con el facilismo de contar la verdad -eso cualquiera- sino de hacer pasar por buenas las afirmaciones que lleven a un candidato a triunfar en una elección o a un gobernante a evadir sus yerros o a salirse con la suya, es decir: con lo nuestro. Al cabo, la verdad ya no zanja las discusiones, la que por estas fechas las dirime es la habilidad para armar una verdad que cace con las ideas preconcebidas del público mayoritario y que al mismo tiempo ayude a no tener que recurrir a la mera verdad que, lo sabemos, puede ser una monserga, al grado de llevar a algunos a la cárcel o cuando menos a perder prestigio, categoría que también por estas fechas paga más que la verdad.  

Si a estas alturas no se han perdido en el embrollo tejido con la repetición del término verdad y con sus resbalosas connotaciones en boga, es hora de llegar al punto: el acuerdo entre los gobiernos de Estados Unidos y México que impidió la vigencia, que sucedería el 10 de junio, de los aranceles que gravarían las exportaciones mexicanas al norteño vecino. Los compromisos establecidos el viernes 7 luego de tres días de negociación, y de mucha tensión, fueron, según El Financiero: uno, reforzamiento de las acciones para asegurar el cumplimiento de la ley en México, pero no se emocionen, no esperen que cese la impunidad, se refiere sólo a las leyes relacionadas con la migración: tráfico de personas, desmantelar las organizaciones que perpetran ese crimen y dar con sus redes de financiamiento; además, el gobierno federal tendrá que poner como prioridad para la Guardia Nacional la frontera sur; al norte, Estados Unidos y México harán acciones coordinadas para proteger y garantizar la frontera común. Dos, Estados Unidos instrumentará de manera inmediata la sección 235(b)[2][C] a lo largo de su borde sur, lo que supone que aquellos migrantes que crucen el linde para solicitar asilo serán regresados a México, en donde se quedarán hasta que los señores en Washington decidan si los asilan o no; en tanto, México se compromete, según sus principios de justicia y fraternidad universales, a ofrecerles oportunidades de trabajo y acceso a servicios de salud y de educación, en plan familiar, mientras están en nuestro territorio; Estados Unidos promete resolver rápido las solicitudes. Tres, en caso de que lo planteado no funcione, ambos países continuarán sus conversaciones hasta dar con la salida que convenga a todos, supongo, esto no lo dice El Financiero, que el que debe mostrar plena satisfacción es Estados Unidos. Cuatro, los dos países resolvieron ampliar la cooperación bilateral para fomentar el desarrollo económico de Centroamérica para “crear una zona de prosperidad”.

De esto se trató el convenio tan celebrado, por México, el sábado 8 en Tijuana. Si nos atenemos a las reglas de la infantil perinola, Estados Unidos la puso a girar y se detuvo en la cara en la que se lee: México pone todo; a cambio, el presidente Trump deja un rato de amenazarnos con aranceles. Podríamos discutir si nos convino o no, si fuimos dignos o no, si teníamos otra opción, sería una disputa larga y a toro pasado: el trato está hecho, para bien y para mal, porque lo que sí podemos asegurar es que ya nos encontraron el modo y será difícil que en algún punto durante el siguiente año y medio nos toque llevar la delantera en cualquier negociación.

Sin embargo, la multifacética verdad no está ausente. Apenas iban las comitivas a congregarse en Tijuana, el sábado anterior, dizque por la unidad y la dignidad nacionales, cuando Donald Trump soltó un mensaje en Twitter: “México comenzará a comprar grandes cantidades de productos agrícolas”, lo que, ya lo vimos, no está en el pacto. Asimismo, por el presidente Trump nos enteramos de que si México, su Congreso, no aprueba el nuevo plan de migración y seguridad, los aranceles asesinos atacarán otra vez; asunto que, como el anterior, tampoco estaba en el comunicado oficial del viernes; aunque para Estados Unidos, para su política interna y externa, lo oficial, por sus efectos concretos, son los mensajes que salen del celular de su primer mandatario, de este modo nos enteramos que nos puso un plazo perentorio: 45 días para aprobar, o no, lo que hayamos hecho en materia de migración, según, por supuesto, sus parámetros.

Qué fue lo que en verdad acordamos. Si de por sí lucen de lo más entreguistas las resoluciones puestas en el comunicado conjunto, la sospecha de que hubo extras, de que alguien no dice todo, es terrible y no nos queda sino asirnos a lo que creemos saber, la historia: los representantes mexicanos se comprometieron a más de lo que están dispuestos a reconocer públicamente, podría ser verdad que cedieron tanto como les exigieron, por salud de la economía nacional y por la salud del régimen (principalmente esto último). En resumidas cuentas, quedará válida la verdad que nos conviene en tanto resulte cómodo el tipo de cambio, en tanto los empleos y la inflación, en tanto el Producto Interno Bruto, en tanto la credibilidad del presidente López Obrador. Pero si estos indicadores se vuelven en contra nuestra, ¿y por qué no habrían de hacerlo?, la verdad constante emergerá otra vez: nos volvieron a mentir y les volvimos a creer; o como es habitual, la verdad, nunca se sabe.

, incurro en un coloquialismo que exige dominar el lenguaje local para entender su sentido fino, o dicho sin ánimo de excluir, su significado mexicano: usamos la expresión la verdad como muletilla, énfasis que equivale a: es sabido por todos, o bien para insinuar que una afirmación no admite réplica. De este modo, la verdad, nunca se sabe, implica que hay datos, evidencias, a las que no tenemos acceso y ni modo, que es otro coloquialismo, o sea: no hay forma de saber y más vale resignarse.

Si digo:la verdad nunca se sabe”, sin la coma, sin el brevísimo silencio entre verdad y nunca, digo más: que no nos es dado conocer la verdad. Punto. La coma hace una diferencia, sugiere un matiz esperanzador: puesta después de nunca es un giro del lenguaje, sin ella la verdad se queda en calidad de inaprehensible.

El escritor Daniel Sada en 1999 publicó una estupenda novela, de la que por lo pronto el puro título aporta: Porque parece mentira la verdad nunca se sabe. Otra vez, las particularidades locales al hablar: parece mentira es otra manera nuestra de proponer algo como: aunque usted no lo crea; por ejemplo: parece mentira, pero a Fulano no lo han promovido en su trabajo, con lo que dejamos implícito que Fulano es tan bueno que sorprende que no lo asciendan; o según lo que ahora nos compete, el título que usó Sada para su ficción podría interpretarse así: es de no dar crédito que nunca sepamos la verdad, o bien: eso que nos parece una mentira es la puritita verdad y entonces, aunque la vemos, no la reconocemos.

Se ha dicho bastante sobre la posverdad, definamos, para enmarcar la reflexión, que en el debate público la posverdad es el aserto que gana la categoría de verdad merced a que apela a las emociones, no a los hechos, y porque viene bien a los prejuicios que un grupo, o una persona, tiene respecto a un asunto. La posverdad está relacionada con la propaganda, especialmente con la política, en la que no se trata de ganar moralmente con el facilismo de contar la verdad -eso cualquiera- sino de hacer pasar por buenas las afirmaciones que lleven a un candidato a triunfar en una elección o a un gobernante a evadir sus yerros o a salirse con la suya, es decir: con lo nuestro. Al cabo, la verdad ya no zanja las discusiones, la que por estas fechas las dirime es la habilidad para armar una verdad que cace con las ideas preconcebidas del público mayoritario y que al mismo tiempo ayude a no tener que recurrir a la mera verdad que, lo sabemos, puede ser una monserga, al grado de llevar a algunos a la cárcel o cuando menos a perder prestigio, categoría que también por estas fechas paga más que la verdad.  

Si a estas alturas no se han perdido en el embrollo tejido con la repetición del término verdad y con sus resbalosas connotaciones en boga, es hora de llegar al punto: el acuerdo entre los gobiernos de Estados Unidos y México que impidió la vigencia, que sucedería el 10 de junio, de los aranceles que gravarían las exportaciones mexicanas al norteño vecino. Los compromisos establecidos el viernes 7 luego de tres días de negociación, y de mucha tensión, fueron, según El Financiero: uno, reforzamiento de las acciones para asegurar el cumplimiento de la ley en México, pero no se emocionen, no esperen que cese la impunidad, se refiere sólo a las leyes relacionadas con la migración: tráfico de personas, desmantelar las organizaciones que perpetran ese crimen y dar con sus redes de financiamiento; además, el gobierno federal tendrá que poner como prioridad para la Guardia Nacional la frontera sur; al norte, Estados Unidos y México harán acciones coordinadas para proteger y garantizar la frontera común. Dos, Estados Unidos instrumentará de manera inmediata la sección 235(b)[2][C] a lo largo de su borde sur, lo que supone que aquellos migrantes que crucen el linde para solicitar asilo serán regresados a México, en donde se quedarán hasta que los señores en Washington decidan si los asilan o no; en tanto, México se compromete, según sus principios de justicia y fraternidad universales, a ofrecerles oportunidades de trabajo y acceso a servicios de salud y de educación, en plan familiar, mientras están en nuestro territorio; Estados Unidos promete resolver rápido las solicitudes. Tres, en caso de que lo planteado no funcione, ambos países continuarán sus conversaciones hasta dar con la salida que convenga a todos, supongo, esto no lo dice El Financiero, que el que debe mostrar plena satisfacción es Estados Unidos. Cuatro, los dos países resolvieron ampliar la cooperación bilateral para fomentar el desarrollo económico de Centroamérica para “crear una zona de prosperidad”.

De esto se trató el convenio tan celebrado, por México, el sábado 8 en Tijuana. Si nos atenemos a las reglas de la infantil perinola, Estados Unidos la puso a girar y se detuvo en la cara en la que se lee: México pone todo; a cambio, el presidente Trump deja un rato de amenazarnos con aranceles. Podríamos discutir si nos convino o no, si fuimos dignos o no, si teníamos otra opción, sería una disputa larga y a toro pasado: el trato está hecho, para bien y para mal, porque lo que sí podemos asegurar es que ya nos encontraron el modo y será difícil que en algún punto durante el siguiente año y medio nos toque llevar la delantera en cualquier negociación.

Sin embargo, la multifacética verdad no está ausente. Apenas iban las comitivas a congregarse en Tijuana, el sábado anterior, dizque por la unidad y la dignidad nacionales, cuando Donald Trump soltó un mensaje en Twitter: “México comenzará a comprar grandes cantidades de productos agrícolas”, lo que, ya lo vimos, no está en el pacto. Asimismo, por el presidente Trump nos enteramos de que si México, su Congreso, no aprueba el nuevo plan de migración y seguridad, los aranceles asesinos atacarán otra vez; asunto que, como el anterior, tampoco estaba en el comunicado oficial del viernes; aunque para Estados Unidos, para su política interna y externa, lo oficial, por sus efectos concretos, son los mensajes que salen del celular de su primer mandatario, de este modo nos enteramos que nos puso un plazo perentorio: 45 días para aprobar, o no, lo que hayamos hecho en materia de migración, según, por supuesto, sus parámetros.

Qué fue lo que en verdad acordamos. Si de por sí lucen de lo más entreguistas las resoluciones puestas en el comunicado conjunto, la sospecha de que hubo extras, de que alguien no dice todo, es terrible y no nos queda sino asirnos a lo que creemos saber, la historia: los representantes mexicanos se comprometieron a más de lo que están dispuestos a reconocer públicamente, podría ser verdad que cedieron tanto como les exigieron, por salud de la economía nacional y por la salud del régimen (principalmente esto último). En resumidas cuentas, quedará válida la verdad que nos conviene en tanto resulte cómodo el tipo de cambio, en tanto los empleos y la inflación, en tanto el Producto Interno Bruto, en tanto la credibilidad del presidente López Obrador. Pero si estos indicadores se vuelven en contra nuestra, ¿y por qué no habrían de hacerlo?, la verdad constante emergerá otra vez: nos volvieron a mentir y les volvimos a creer; o como es habitual, la verdad, nunca se sabe.