Por: Augusto Chacón, Director Ejecutivo del Observatorio Ciudadano “Jalisco Cómo Vamos”

Imagen: change.org

Es recomendable tener al alcance del oído a alguien sensato que resista el tirón tenaz de la marea creciente de opiniones uniformizadas que nos fuerce a poner en duda nuestras certezas más reflexionadas, y más: que nos ponga en situación de preguntarnos si nuestros pensamientos dialogan con las certidumbres para examinarlas o simplemente buscamos las ideas que refuerzan aquello que de por sí nos provee seguridad.

O más todavía,tener al alcance del oído a alguien sensato que resista el tirón tenaz de la marea creciente de opiniones uniformizadas que nos empine al abismo de la vergüenza en donde la sola inteligencia que cuenta es la que resulta útil para meternos en la corriente mayoritaria y acrítica, perfectamente camuflados con quienes la conforman e ignorantes de que hay más caudales, también según ellos mayoritarios, que constituyen la afinidad facilona, también vergonzosa, de otros y otras.

El impulso por adscribirnos a un grupo, a un clan, es tan antiguo como una de las características de nuestra especie: somos gregarios; pertenecer es uno de nuestros afanes primarios, hacernos parte de un todo que nos atrae, en el origen, por supervivencia, hacia individuos con necesidades y miedos y pretensiones similares. Ahora, vivimos impelidos a hacernos parte de una multitud de enteros;en el trabajo, podemos estar del lado de quienes permanecen, de quienes no tienen conflictos y saben lo que ha de hacerse, o con su opuesto: los que apremian cambios y creen tener mejores soluciones a las que están en boga. Igual hacemos en el barrio, en la familia ampliada, al elegir equipo de futbol o candidato a la presidencia de la república o a la gubernatura.

Lo que sigue, luego de que nos sentimos y somos componentes de un conjunto, es justificar nuestra elección, y nos valemos de los muy silvestres porque quise o porque sí, y de elaboraciones intrincadas que rozan la filosofía, la historia, la ética y cuanta noción de libertad y democracia que tengamos presente.

Si lo dejáramos en este punto, simplemente exponer nuestros argumentos porque nos convencen a nosotros, la paz sería el estado habitual de la convivencia; para nuestra mala suerte, y la de las generaciones previas y la de las que habitarán el planeta de aquí en adelante, no nos conformamos con que las tesis justificadoras nos persuada ni nos dejen tranquilos a nosotros, una vez que lo conseguimos, comienza a parecernos nítidamente irracional que los demás no las usen para sí mismos, cosa que los demás hacen igual pero en sentido contrario, con lo que se desata el conflicto y se instala la parálisis del progreso: deja de importarnos lo que esté más allá de los argumentos, merced a lo cual mostramos una de las facetas más celebradas del cerebro humano: los problemas objetivos, digamos el hambre, los pobres y la violencia criminal, dejan de ser hechos verificables para convertirse en carne de debate, meras subjetividades; el hambre se torna falta de productividad de alimentos, los pobres son nota al pie de página de la pobreza, y de la violencia criminal dejan de importar las víctimas o la justicia, lo destacable son los índices, los indicadores y las tasas de medición de aquélla.

En un lapso muy breve dejamos de mirar la relación entre los sucesos, las palabras, las personas y la vida en la Tierra, bueno, en México, para concentrarnos en lo que reafirme nuestras creencias, ésas que ganan su sentido más alto cuando tienen otras a las cuales enfrentarse. Si el producto interno bruto del país, según una agencia internacional, decrecerá dos décimas, no nos importan los empleos perdidos que esto supone o la menor derrama de beneficios, de por sí exigua, que recibirán las más y los más necesitados, lo destacable del dato es que compruebe nuestro juicio previo: que el presidente nos hundiría, y ojalá en seis meses, Gurría diga que se equivocó, que no perderemos dos décimas sino un punto entero del PIB; ah, cuánta satisfacción nos daría, y si se cumpliera el pronóstico y la miseria y la fuga de capitales y el desempleo fueran sus efectos, qué nos importa, merecido se lo tiene el país por no atender a quienes alertamos validos de los mejores conceptos, mejores por un razón evidente: son nuestros.

Pero desde la otra mayoría -por cierto, mayor que la previa- el comportamiento no es muy diferente, espetan a quien tienen al alcance, amigo o enemigo: vean nada más quién hace el anuncio, vean a los que le hacen caso; entonces describen a sus rivales,asidos a una sociología vulgar y a una estratificación medieval; una vez que hacenla adscripción de sus supuestos adversarios a su peculiar tablero de castas y a otro en el que acomodan a los culpables históricos de la devastación, dicen ellos, en la que estamos, de estar forma este bando explica las dos décimas de declive del Producto Interno Bruto y claro, tampoco le interesa reflexionar sobre las implicaciones o sobre las operaciones matemático-económicas que llevaron a la reducción de expectativas de crecimiento.

Para qué, parecen definir ambas facciones, si la política es el acto mediante el cual se demuestra que el contrincante está equivocado.

Es fácil embarcarse en estos duelos en los que nadie gana, de ahí que sea común que no nos demos cuenta que dejamos de ser críticos,no vamos más allá de los prejuicios y no notamos el momento en el que dejamos de escuchar a quienes opinan de manera diversa, y aún peor: no reparamos en que dejan de interesarnos los problemas, los que nos aquejan como sociedad y como individuos, los dejamos meramente en calidad de campo de juego de tener para el deporte de tener la razón a como dé lugar.

Por estos días estamos entrampados en los puntos de caída de la popularidad del presidente, también en los miles que en varias ciudades del país se manifestaron para decirle a aquél que no les gusta como gobierna. Y de este modo puede pasar el sexenio: unos tirando de la soga para un lado, otros en sentido opuesto. De ahí que sea recomendable tener al alcance del oído a alguien sensato que resista el tirón tenaz de la marea creciente de opiniones uniformizadas, y qué mejor que fuéramos nosotros mismos, cada cual.

Si nos pesa oír a los que estiman diferente la realidad, al menos oigámonos a nosotros mismos al momento de alegar, es terrible escucharnos necios al valernos de lo que sea para convencer, para que nuestra verdad sea la única. Tal vez sirva, para que algo de humildad nos aborde, preguntarnos: ¿cómo contribuyo con mi tozudez a salir de las inmensas broncas que tenemos? El presidente no puede solo, es evidente, y entre más sigamos entretenidos con la polarización, más solo se va a ir quedando; pero eso sí, con estupendas falacias enfrascadas en una lucha mentalmente superficial que nomás produce memes.