Por: Edgar Olivares González (@Edgar_OlivaresG)

El otrora avión presidencial “José María Morelos y Pavón” se encuentra en un aeropuerto de logística en Victorville, California, a dos horas de Los Ángeles, un lugar que funciona como cementerio de aviones.

El avión 787 de Boing con valor de 280 millones de dólares, espera ser vendido a un gobierno o a una aerolínea comercial. Sin embargo, mientras se realiza esta operación, el gobierno federal sigue pagando 416 millones, 940 mil pesos al año por el concepto del arrendamiento puro, esquema por el cuál se adquirió finalmente la aeronave.

Se paga un millón 142 mil pesos diarios, lo que representa el sueldo del presidente López Obrador durante todo un año.

Con esta información y estas cifras, usted seguro pensará, “pues si no se vende el famoso avión presidencial, que lo use el presidente y listo”. Eso no sucederá y no es tan fácil.

Lo explico:

El presidente Andrés Manuel López Obrador llegó al cargo justamente por desvincularse con los símbolos de la opulencia, el lujo, el exceso y la corrupción y el avión presidencial, entre otras cosas, es parte de ese catálogo de símbolos que AMLO ha desincorporado del gobierno de la República.

A la izquierda en imagen de Hacienda, el avión presidencial de Peña. A la derecha en imagen de VivaAerobus, AMLO en un avión comercial.

En su libro “Código Cultural”, el escritor y consultor francés, Clotaire de Rapaille, habla sobre las improntas de la gente, es decir, elementos que se formaron con el desarrollo de la mente en las personas desde pequeños, y cómo esas improntas y su cultura, van formando un criterio que es difícil de modificar.

En México, la pobreza, la marginación, la inseguridad, la corrupción y la impunidad, han sido temas que no se han superado, por más cambios “democráticos” que se han intentado, por lo menos desde el año 2000 con la llegada de Vicente Fox y el primer gobierno de un partido opositor al PRI.

Sin embargo, ni los gobiernos panistas ni el regreso del PRI en 2012 fueron suficientes para evitar que López Obrador llegara al poder, porque él entendió que el símbolo que tenía que manejar era representarse así mismo como el antisistema que iba a terminar con la corrupción y los excesos y fue así que ganó aplastantemente el pasado 1 de julio.

Mientras que en la campaña José Antonio Meade vendía miedo: “Miedo o Meade” decía explícitamente en sus spots, López Obrador planteaba (y lo sigue haciendo), terminar con la corrupción y buscar la paz y no solo eso, la gente se representó a López Obrador como el único capaz de hacerlo porque generaba cierta coherencia entre el mensaje y el personaje.

Hoy podrán rasgarse las vestiduras muchos opositores al presidente, pero AMLO tiene calculado perfectamente lo que va y quiere hacer con base en la simbología que la gente tiene en este momento.

No es cosa menor que la imagen presidencial evoque a los héroes que acabaron con los privilegios y el poder que se eternizaba en distintos momentos de la historia y mientras los demás partidos no entiendan o no representen los símbolos que la gente quiere apoyar, podrían pasar muchísimos años en la oposición.