• Columna de opinión.
  • Escrita por: Oscar Miguel Rivera Hernández.

¡Hola! Nuevamente, aquí con ustedes, compartiendo una reflexión, análisis o impresión, según la perspectiva que le vean, sobre el conflicto generado entre el gobierno mexicano y el de España, a partir de una carta dirigida por el presidente López Obrador al monarca español, en el 2019, donde lo invitaba a ofrecer disculpas a los pueblos originarios de México por los abusos cometidos durante la Conquista y que hoy resurge el tema, cuando Claudia Sheinbaum ha omitido invitarlo a su toma de protesta.

Desde hace siglos, las relaciones entre México y España han estado impregnadas por las sombras de la historia. Como dos viejos conocidos, que arrastran cicatrices profundas y memorias compartidas, los caminos de ambas naciones se cruzan nuevamente bajo una nueva controversia. Esta vez, es la presidenta electa Claudia Sheinbaum quien, al no invitar al rey Felipe VI a su toma de protesta, ha encendido una chispa que reaviva tensiones no resueltas. Un gesto que, lejos de ser un simple “desaire”, es un reflejo de una postura firme ante un silencio que aún pesa sobre el pasado.

Todo comenzó en marzo de 2019, cuando el presidente Andrés Manuel López Obrador, fiel a su estilo de justicia histórica, envió una carta al monarca español. No fue una carta cualquiera, fue un llamado a reconciliar dos narrativas que durante siglos han caminado por caminos opuestos. En ella, López Obrador invitaba a Felipe VI a ofrecer disculpas a los pueblos originarios de México por los abusos cometidos durante la Conquista. Una carta que, como los ecos en un desierto, nunca recibió respuesta, sino que fue filtrada a la prensa, un acto que muchos vieron como un portazo diplomático.

La historia no se detuvo ahí. López Obrador insistió una y otra vez, con la paciencia del que sabe que tiene la verdad de su lado. El rey, sin embargo, mantuvo su silencio. Un silencio que, con el paso del tiempo, se fue convirtiendo en un eco de arrogancia. Para López Obrador, no se trataba solo de pedir disculpas por los crímenes de hace 500 años; era un acto de dignidad, una forma de cerrar heridas abiertas que aún laten en el corazón de muchos mexicanos. “El perdón engrandece a los pueblos”, diría más tarde Claudia Sheinbaum al referirse al tema, dejando claro que la postura de su administración no sería diferente.

Y ahora, en el ocaso del gobierno de López Obrador, llega un nuevo capítulo de este desencuentro. La decisión de Sheinbaum de no invitar al rey a su ceremonia de investidura es una declaración contundente. No es un rechazo a España, sino una respuesta a la falta de respeto que percibe hacia el pueblo mexicano. Porque, en palabras de la presidenta electa, la ausencia de una disculpa no es solo un agravio a un hombre, sino a todo un país. La corona española, al negarse a responder, ha optado por la indiferencia, pero en México, esa indiferencia se traduce en memoria, en justicia que no ha sido atendida.

España, en su respuesta oficial, ha catalogado la falta de invitación como un “desaire”. Pero lo que para algunos puede parecer una pequeña cortesía diplomática, para otros es un símbolo cargado de significado. No se trata de una simple omisión de protocolo, sino de un recordatorio de que el pasado no puede ser ignorado. Como bien señala López Obrador, los errores históricos deben ser reconocidos, y el silencio es la peor respuesta ante la búsqueda de reconciliación.

Las tensiones entre ambos países no son nuevas, pero han tomado un matiz distinto durante la administración de López Obrador. Sus críticas a las empresas españolas, acusadas de saquear los recursos mexicanos como una segunda conquista, han sido otro ingrediente en este cóctel explosivo. Para el presidente mexicano, el comportamiento de algunas élites españolas no es diferente al de Hernán Cortés y sus hombres hace cinco siglos: ven a México como una tierra de riquezas por explotar, ignorando los derechos y la soberanía del pueblo. Esta narrativa ha encontrado eco en muchas voces dentro del país, que ven en las palabras de López Obrador una defensa de la dignidad nacional frente a las potencias extranjeras.

Sin embargo, la historia no es solo blanco y negro. La relación entre México y España es compleja, entrelazada por lazos de amistad, cultura y cooperación. No es el pueblo español el que está en el centro de esta disputa, como ha dejado claro tanto López Obrador como Sheinbaum, sino las élites, las viejas estructuras de poder que se resisten a enfrentar su pasado. En ese sentido, la decisión de excluir al rey de la ceremonia de investidura es una señal de que México no se quedará callado ante lo que considera una afrenta a su historia.

Para Claudia Sheinbaum, esta postura no es nueva. Como López Obrador, entiende la importancia de la memoria histórica y el peso que tiene en las relaciones internacionales. Su gobierno, que está a punto de comenzar, heredará no solo los logros y retos de la administración saliente, sino también estas tensiones no resueltas con España. La pregunta es si Sheinbaum podrá, eventualmente, tender puentes para una reconciliación genuina, o si estas tensiones seguirán marcando el tono de las relaciones bilaterales.

Lo cierto es que, mientras el rey Felipe VI siga en silencio, las heridas seguirán abiertas. Y aunque en España puedan ver este conflicto como algo “anacrónico”, en México, la memoria es una llama que no se apaga fácilmente. El pasado pesa, y el futuro de las relaciones entre ambos países dependerá de cómo se enfrenten esos fantasmas históricos. Porque, al final de cuentas, la historia no puede borrarse, pero sí puede reescribirse con honestidad, dignidad y respeto.

Para terminar, quiero hacer una reflexión que invita al cuestionamiento: si el Papa Juan Pablo II, en 1998, pidió perdón por los horrores de la Inquisición y sus consecuencias, ¿por qué España no debería hacer lo mismo? Reconocer el pasado no es un signo de debilidad, sino de grandeza”. Enfrentar los errores históricos es el primer paso para construir un futuro más justo y respetuoso entre naciones.