Eduardo González Velázquez

 

En el sistema político mexicano, la cúspide del poder presidencial se materializa con la designación que hace el inquilino de Palacio Nacional, antes de Los Pinos, de su sucesor, pero también inaugura el periodo de pérdida de poder del jefe del Ejecutivo. Es el momento donde la cargada comenzará a moverse en otra dirección. El instante donde la partitura deberá tocarla al alimón.

Es decir, la máxima muestra de poder es la gran paradoja del autoritarismo presidencial. La cúspide del presidencialismo en el imaginario colectivo. A no dudar, es el canto del cisne que antecede el comienzo de su muerte política o por lo menos el de la disminución de su poder.

No nos equivoquemos, el jefe informal, pero real del partido en el poder es el presidente de la República. La cabeza formal del partido aprende a vivir debajo de la espada de Damocles sostenida por el encargado del Ejecutivo. Como jefe real y único del partido, su prerrogativa más importante es decidir quién seguirá mandando, sin recibir ninguna recriminación por parte de sus correligionarios, incluso algunos personajes como el líder de la CTM, Fidel Velázquez, se refería a las decisiones presidenciales con la frase: “nos leyó la mente señor”.

El tapado, como lo conocemos en la mitología política mexicana es el personaje que es ungido con el dedo elector del presidente. Esa acción termina por no generar sorpresa, en realidad la expectativa y la duda política al paso de los meses en la segunda parte del sexenio es mayor en cuanto a la fecha en la que se destapará que por el personaje tapado.

Y como en cada sexenio, lo más importante para evitar los golpeteos políticos tempraneros y el desgaste preelectoral, es tapar al tapado. Sacarlo de la escena. Bajarlo del tinglado de las especulaciones electoreras. Esconderlo de los reflectores que pueden encandilar su andar. Incluso mostrar hasta desdén por su figura. Tenemos hartos ejemplos de ello en el anecdotario político mexicano.

El desfile de los tapados no es otra cosa que una estrategia para cubrir a quien será designado, es decir, se encuentra doblemente tapado. Escondido entre varias postulaciones y en varias ocasiones, lo hacen “nadar de muertito”. Varios de sus “contrincantes” se vuelven sus esparings electorales. En muchas ocasiones solo tiene peleas de sombra.

De este juego perverso no se escapa Andrés Manuel López Obrador, la baraja, corcholatas diría él, de donde saldrá la elegida o elegido la conforman hasta el día de hoy, la jefa del Gobierno capitalino, Claudia Sheinbaum; el Canciller, Marcel Ebrard; el secretario de Gobernación, Adán Augusto López; en un segundo círculo aparece el senador, Ricardo Monreal. Para ella y ellos, López Obrador solo tiene ambigüedades discursivas, palabras de respeto y reconocimiento sin mostrar con claridad hacia dónde se decantará el fiel de la balanza.

Aquel tapado que nos regalara en la década de los cincuenta Abel Quezada con sus magníficos trazos sigue instalado en las prácticas y discursos de la política mexicana sin importar qué partido esté en el gobierno. Al tapado solo lo han pintado de otros colores, pero siguen tapándolo para que no lo vean.

Esto, desde luego, no significa necesariamente que el tapado desde Palacio Nacional termine instalado en la presidencia de la República. Eso lo sabremos hasta dentro de varios meses.

Profesor-investigador del Depto. de Relaciones Internacionales, región occidente. Tec de Monterrey.

@contodoytriques