El caos y la violencia han vuelto a atormentar a Afganistán.

El 14 de abril de este año, el presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, anunció la retirada paulatina de las tropas norteamericanas desplegadas en territorio afgano. Meses después, entre mayo y junio, mientras los estadounidenses se marchaban del país asiático, el Talibán avanzaba violentamente a lo largo y ancho del país.

Esta facción extremista de carácter militar, político y religioso capturó nueve ciudades entre el 7 y 11 de agosto del presente año. Días después, el 15 de agosto las fuerzas talibanes tomaron la capital, Kabul, para declarar su victoria, el fin de una guerra de dos décadas y el inicio de un nuevo régimen teocrático.

Aunado a todo lo acontecido, en la escena internacional se está discutiendo sobre si la decisión de retirar las tropas significa la peor decisión de Biden en términos de política exterior. Estas opiniones referentes a la decisión del mandatario estadounidense salen de la misma tangente: después de veinte años, de tantas vidas perdidas y tantos miles de millones de dólares gastados, ¿para qué ha servido y qué se ha conseguido?

Incluso, por ahí retumba la interrogante de qué va a impedir que los grupos extremistas (como Al-Qaeda) vuelvan a establecer sus escuelas de la yihad en Afganistán. De hecho, en la audiencia del Consejo de Seguridad de la ONU del pasado viernes (13 de agosto) se informó que hasta veinte grupos diferentes de extremistas ya están luchando en conjunto con las fuerzas talibanes.

Es importante destacar que, la catástrofe en Afganistán no es producto únicamente de las decisiones de Biden, sino que es el resultado de un desastre producido en conjunto por cuatro gobiernos de Estados Unidos: dos republicanos (George W. Bush y Donald Trump) y dos demócratas (Barack Obama y Joe Biden).

Es innegable que los talibanes se han fortalecido por el abundante armamento estadounidense que han capturado en los últimos años y por el prestigio que conlleva haber humillado a una superpotencia.

“Esto es culpa de Biden, y dejará una mancha imborrable en su presidencia”, dijo Max Boot, columnista de The Washington Post.

Incluso, el ex secretario de Defensa, Robert Gates, alguna vez dijo que Biden “ha estado equivocado en casi todos los temas importantes de política exterior y seguridad nacional de las últimas cuatro décadas”.

El pasado 8 de julio, Biden afirmó: “Los talibanes no son el ejército de Vietnam del Norte. No lo son, no son ni remotamente comparables en términos de capacidad. No habrá ninguna circunstancia en la que veamos a la gente ser evacuada del techo de una embajada desde Afganistán”. Irónicamente, 38 días después se pudieron ver helicópteros de Estados Unidos en el cielo de Kabul evacuando al personal de la Embajada de Estados Unidos.

Lo más triste de esta situación es que Afganistán es un país que vive bajo el umbral de la pobreza; en 2018, las estimaciones del Banco Mundial mostraron que Afganistán obtuvo el 40% de su PIB de la ayuda internacional. Como es lógico, los afganos temen que la retirada de las tropas se traduzca en que el Talibán perpetre los sectores sanitarios, educativos, culturales, de gobernanza, de Estado de Derecho y de derechos humanos, para impactar directamente en las vidas de la población civil.

En la noche del pasado lunes (16 de agosto), Biden realizó una serie de declaraciones entre las cuales admitió que los eventos que permitieron a los talibanes derrocar al gobierno afgano y dominar el país ocurrieron “más rápido de lo anticipado” y culpó a los líderes políticos afganos del colapso. “Los estadounidenses no pueden ni deben luchar o morir en una guerra que los afganos no están dispuestos a luchar por sí mismos”, dijo el presidente. “Me mantengo completamente firme con mi decisión”, aseguró.

Asimismo, Biden dijo que la misión de 20 años no estuvo nunca destinada a “construir una nación” o “crear una democracia central unificada”, sino que estaba diseñada para prevenir otro ataque terrorista en territorio estadounidense. Incluso, aseveró que Washington continuará apoyando al pueblo de Afganistán, enfocando sus esfuerzos diplomáticos en evitar inestabilidad y violencia, y en la protección de los derechos humanos.

Biden advirtió que, si las tropas estadounidenses son atacadas por los talibanes, Estados Unidos se defenderá “con una fuerza devastadora”.

Ahora bien, ¿Con estas decisiones desde la Casa Blanca podrán los historiadores decir que el vigésimo aniversario de los ataques del 11 de septiembre marcaron el inicio de una segunda guerra en Afganistán?