El pasado domingo los grandes medios internacionales de comunicación, como los británicos BBC y The Guardian; los estadounidenses CNN, The New York Times y The Washington Post, la catarí Al Jazeera, los españoles El País y El Mundo, sin olvidar a las agencias informativas rusas RT y Sputnik, dieron cuenta de la evacuación de la embajada de los Estados Unidos de Norteamérica situada en Kabul, la capital de Afganistán, ante la caída de dicha ciudad a manos de las fuerzas talibanes y resaltó la imagen de un helicóptero restacatando al personal diplomático desde la azotea, en medio de un ambiente de pánico y confusión.

Estas imágenes nos remitieron casi como un déjà vu a lo sucedido en Saigón en 1975, cuando las fuerzas norvietnamitas -conocidas en la época como el Vietcong- tomaron la que hasta ese momento había sido la capital de Vietnam del Sur y con ello, la presencia yanqui llegaba a su fin luego de una guerra de más de 10 años que dejó millones de muertos, entre los que se contabilizan más de 58 mil
soldados estadounidenses caídos en combate.

De la misma manera que aquél mes de abril del año 75 del Siglo XX, las escenas de este domingo en Kabul nos mostraban acontecimientos con un epílogo en versión Siglo XXI que pareció remasterizar a los mismos protagonistas: una embajada, un helicóptero, un grupo insurgente asumiendo el control real de una ciudad capital y una turba desesperada tratando de huir del caos amenazante.

Lo sucedido en Afganistán tendrá repercusiones que van desde la composición sociológica de la vida en ese país y por supuesto el poder político -con las repercusiones directas a la vida a la que aspiraban y vivían las mujeres y activistas de derechos humanos, por citar un ejemplo- hasta la disputa por el poder global, las crisis humanitarias y migratorias a que impactan en un primer momento a Europa, sin dejar de lado las repercusiones en Washington D.C. y el escenario electoral de cara al proceso del año próximo, en que habrá elecciones legislativas.

Pero para comprender en su justa dimensión los sucesos de los últimos meses en Afganistán, es menester remitirnos a algunos datos básicos necesarios que nos permitan, en primera instancia, alejarnos del maniqueísmo que prolifera y que atribuye a la actual administración estadounidense encabezada por Joe Biden, -quien será una víctima más de este conflicto- la responsabilidad por lo que calificó la prensa dominical como “la caída de Kabul”.

En la historia reciente de Afganistán debemos remitirnos a finales del año 1979, cuando el país fue invadido por las fuerzas de la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) con lo que inició una ocupación militar que fue combatida por fuerzas islámicas conocidas como “muyahidines”, que podríamos considerar la génesis de los talibanes.

Iniciaba la década de los 80´s y los estrategas del Pentágono y la administración del entonces presidente Ronald Reagan, coincidieron en que era la oportunidad de dar a la URSS “su propio Vietnam”, con lo que inició un programa de apoyo con recursos y asesores para armar y entrenar a quienes opusieron resistencia al invasor soviético: los muyahidines.

Finalmente el Kremlin tuvo que admitir que las cosas no iban nada bien, que no estaban ni cerca de doblegar la resistencia afgana y ordenó la retirada en el año de 1989, en lo que fue considerada una humillación a una potencia militar por parte de fuerzas que recurrieron a la conocida guerra de guerrillas para minar al Ejército rojo.

Transcurrieron los años noventa sin que Afganistán fuera noticia internacional, bajo el régimen talibán con una interpretación radical de la sharia, hasta el 11 de septiembre de 2001, en que fueron atacadas las célebres torres gemelas en Nueva York, así como el Pentágono, utilizando aviones comerciales como misil, en una operación a cargo de personajes saudíes entre quienes destacaba Osama Bin Laden, quien formó parte de la resistencia muyahidín en Afganistán durante la ocupación soviética y que recibió entrenamiento y asistencia militar por parte de los Estados Unidos; de inmediato ese país se convirtió en el epicentro de la declarada “guerra contra el terror” por parte del presidente George W. Bush.

Con este antecedente, el esfuerzo de guerra norteamericano se concentró en la búsqueda de Bin Laden y en el derrocamiento del régimen talibán a quienes veían como patrocinador y probablemente coorganizador de los atentados terroristas.

Lo paradójico de las cosas es que a menos de un mes de que se conmemoren 20 años de los ataques que vinieron a cambiar el mundo en términos de equilibrio de poderes globales, de aproximaciones  teóricas, de estrategia contrainsurgente y antiterrorista, los Estados Unidos cumplen también casi 20 años de una ocupación que les deja casi como iniciaron: con el régimen talibán controlando el país.

Desde un inicio las voces comunes atribuyeron al presidente Biden lo que califican de una derrota humillante pero hay que resaltar algunos matices, ya que desde la administración de Barak Obama, allá en 2014, ya se vislumbraba la retirada gradual de tropas para dejar que fueran los mismos afganos quienes se hicieran cargo.

Posteriormente, durante el año 2018, ya con Donald Trump en la Casa Blanca, se iniciaron negociaciones con los talibanes, que finalmente llegaron a acuerdos firmados en 2020, para el retiro total de Estados Unidos, en mayo de este año, sin embargo hubo algunas demoras en el cronograma y de mayo para acá las cosas se aceleraron de una forma que aparentemente no fue bien analizada por los
estrategas militares norteamericanos.

Quizá la derrota más fuerte es la simbólica, ya que siempre recordaremos las declaraciones de Joe Biden, quien apenas el 8 de julio de 2021, es decir, hace alrededor de 6 semanas, ante el rápido avance talibán hacia la capital afgana, desestimó la posibilidad de que fuera necesaria una evacuación de emergencia de su embajada debido a que el gobierno de Ashraf Ghani -dijo- de sostener la gobernabilidad y estabilidad y, a pregunta expresa de paralelismos entre la situación en Afganistán y en Vietnam en 1975 subrayó: “El talibán no es el ejército norvietnamita”, declaración que pesará y seguramente será recordada -sobre todo- el año que viene durante el proceso electoral del Poder Legislativo.

Quizá los únicos entes que obtuvieron beneficios en esas dos décadas son empresas contratistas militares y fabricantes de equipo bélico y armamento, como: Boeing, Raytheon, Lockheed Martin, General Dynamics y Northrop Grumman, pero esa, esa es otra historia.

Al final, los Estados Unidos se retiran con un saldo de alrededor de 2 mil 500 militares muertos en el teatro de operaciones afgano y con una sangría presupuestaria, pero con el talibán controlando al país y con el sabor de la derrota militar y simbólica en un país que ha sido históricamente donde imperios han encontrado su tumba y en la historia reciente, dos potencias militares: la ex URSS y Estados Unidos, encontraron ahí a sus sepultureros.