¿En México se vota en libertad? Pareciera que la respuesta no es nada halagadora. La pobreza de una oferta política cuyo menú ha sido diseñado previamente por los partidos y no por los ciudadanos; las condiciones estructurales de desigualdad, la violencia política y la propaganda que intenta chantajear a los electores para decantarse forzosamente por una de las dos grandes opciones (Pro y Anti), caracterizan a la jornada electoral más grande de la historia.

En la mesa de Análisis con Rumbo de este jueves, Mireya Blanco, Paul Alcantar y un servidor, hablábamos de estos aspectos y coincidíamos en que durante mucho tiempo no habíamos visto una caballada tan flaca y de semejante pobreza de ideas. Las campañas se vaciaron de contenido y se limitaron a la siguiente cantaleta: voten por mi para sacar al adversario. O viceversa, voten por mi para que los otros no lleguen. Esto estuvo acompañado por una mercadotecnia ramplona en la que algunos prefirieron bailar, cantar y comer bastantes garnachas en los mercados.

De por si, cuando salimos a votar lo hacemos por un menú ya predeterminado. Es como un restaurante de comida rápida, los combos ya están diseñados y solo eso podemos comer. Perdón que utilice una metáfora tan mercadológica y frívola, pero en esos términos han degradado a la política algunos consultores y asesores de campaña.

Ahora. Se supone que el voto es la panacea, pero en realidad el sufragio está sobrevalorado, como si la democracia se limitara acudir a la intimidad de la urna para entregar un cheque en blanco a alguien, para que resuelva todos los problemas y después de eso desentendernos durante los próximos tres años.

Y en esa liturgia democrática, nos quieren hacer creer que el voto de un pobre vale lo mismo que un rico. Pero eso es una falacia, porque las circunstancias no son las mismas. Un pobre tiene preocupaciones más urgentes, como conseguir el sustento para llevarlo a la mesa de su hogar. Y en ese escenario de desigualdad por supuesto que no puede decidir libremente. Y por ende, muchos son fácilmente presa de las dádivas y la compra del voto.

Mientras esas condiciones estructurales de desigualdad no sean resueltas, no habrá un verdadero piso parejo para que toda la sociedad ejerza la democracia. Y lo más perverso es que pareciera que a la clase política le conviene que persistan esas brechas y por eso, no mueven un dedo para resolverlas.

El tercer punto es el de la violencia. Con la consigna de “Plata o Plomo” los grupos de la delincuencia en diversos rincones del país han coptado o quitado de la contienda a candidatas y candidatos, adulterando los cauces del proceso democrático. Es decir, despojan a los ciudadanos de la oportunidad de elegir a tal o cual perfil.

En este sentido, invito a que el lector revise una reflexión histórica que realizó el doctor Eduardo González Velázquez, respecto a los diferentes momentos y características de la violencia política, la cual tristemente no es nueva, pues en esta nación ya han asesinado a presidentes en funciones (Francisco I. Madero o Venustiano Carranza) a presidentes electos (Álvaro Obregón), aspirantes presidenciales (Roberto Madrazo) o candidatos presidenciales en campaña (Luis Donaldo Colosio), además de la desaparición y muerte de opositores políticos (durante la Guerra Sucia de los años 70). Pero sobre ese tema, insisto, el doctor Eduardo Gonzalez Velazquez ofrece un análisis más interesante que el que su servidor pueda compartir.

El otro tema, al que ya nos hemos referido en otros artículos, tanto su servidor, como Paul Alcantar, es el del chantajista y antidemocrático llamado al Voto Útil y que tiene a muchas personas acalambradas y dudosas de por quién votar. La libertad individual una vez más sujeta a los intereses de grupos políticos que en realidad buscan posiciones de poder para fortalecer sus intereses.

Al final de la campaña los electores, fueron bombardeados por mensajes que plantean una disyuntiva binaria y simplista. Se trata de elegir entre el populismo destructor de instituciones o el neoliberalismo voraz que dejó pobreza y violencia.

En esos términos absolutos es como nos lo están planteando. Como si hubiera nada más dos sopas. Elegir entre dos proyectos restauradores, uno que restituye el nacionalismo revolucionario que colapsó a finales de la década de los 70 y otro que propone el retorno de la tecnocracia frívola y neoliberal.

Una narrativa chantajista, hipócrita y antidemocrática que con estridencia exige al ciudadano ejercer lo que ellos llaman “Voto Útil” para frenar a los adversarios de México (el discurso queda con cualquiera de las dos grandes coaliciones, como usted guste acomodarlo).

En esos términos, estos comicios también resultarán agridulces para los electores, que ante una caballada muy flaca -salvo honrosas excepciones, muchas de ellas en partidos de reciente creación y de registro local- se verán en la encrucijada de votar por el menos peor, o en el peor de los casos abstenerse.

Nos deja la sensación de que las personas no votarán en libertad, y nos quedaremos con esa sensación de que no hemos podido elegir en las circunstancias ideales. Sin libertad plena, pues.

Hay que decir entonces, a las personas, que si quieren ejercer su voto, lo hagan, dentro de las condiciones que tenemos, pero no dejen de participar. Y voten por el perfil que les convenza. Sin dejarse manipular.

La buena noticia es que el 6 de junio no se acaba el país. Ni tampoco renace. Se trata de un eslabón más en esta lucha por consolidar a nuestra incipiente democracia.

Y esperemos que después de eso, nos serenemos, nos involucremos en los asuntos públicos más allá del simple ejercicio de sufragar y realmente comencemos a solucionar las condiciones de desigualdad y a construir la paz que merece nuestra nación.

Que entendamos que México es más plural de lo que nos quieren hacer creer los políticos.