Entre las múltiples variables que distinguen a las personas, además por supuesto de factores evidentes como la estatura, complexión, color de piel, tono de voz –por señalar algunas- están cualidades como la actividad profesional desempeñada, los gustos y aficiones, nivel socioeconómico, etcétera. Todos los elementos anteriores son considerados generalidades que solemos reconocer y a veces apreciar en las
personas y que a su vez nos convierten en alguien asociado a un contexto; “soy yo y mi circunstancia” dijo el filósofo José Ortega y Gasset.

Pero la estatura puede variar con el tipo de calzado que utilicemos, la complexión puede cambiar de acuerdo a nuestra alimentación, estilo de vida y edad; el color de la piel también puede cambiar por algún padecimiento como el vitíligo o incluso como consecuencia de algún tratamiento médico (muy probablemente el caso más conocido es el de la ex estrella del pop, Michael Jackson).

El tono de voz también puede alterarse por la edad, accidentes, enfermedades o por tratamientos hormonales. Los gustos y las aficiones cambian con el tiempo por influencia del entorno, las modas y sin lugar a dudas el nivel socioeconómico suele modificarse en mayor o menor grado, dependiendo de la actividad laboral que se desarrolle y cuando hay entornos con algún grado de capilaridad social, a no ser que se esté en un régimen en el que estén suprimidas -al menos en teoría- las clases sociales, tema en el que no profundizaré en este momento.

Incluso hay algunos datos personales que nos dan identidad, que son susceptibles de cambiar durante una vida, por ejemplo el nombre, el sexo, la religión y nuestra fisonomía.

Si algo nos distingue como seres humanos es el cambio. Alguien puede ser, creer y pensar de una manera a sus 20 años de edad y transitar a la antípoda de su sistema referencial a sus 50 años. A nivel individual y social evolucionamos o involucionamos pero casi nunca permanecemos estáticos; la historia así lo puede demostrar constantemente. Como dice aquella canción interpretada por el otrora “Príncipe de la Canción”: las personas “somos como ríos, cada instante nueva el agua”.

Pero hay algunas cosas que no cambian en una persona, cosas como la distancia entre ojos, tipo de sangre, iris, huellas digitales, patrón de venas y perfil genético. Estos atributos nos acompañarán a lo largo de nuestra vida y son conocidos como datos biométricos, es decir, información biológica inherente a cada persona que permite su reconocimiento e identificación inequívoca.

Toda esta información personal debe ser tratada con la máxima precaución por las múltiples implicaciones que conlleva y que generan un intenso debate que trasciende lo legal para ir hasta el plano de la bioética, la libertad y la privacidad.

Por ello preocupa sobremanera la muy probable aprobación este martes 13 de abril, por parte del Senado de la República, de la creación del Padrón Nacional de Usuarios de Telefonía Móvil, que contempla asociar nuestras líneas telefónicas a nuestra identidad biométrica, con los riesgos que ello conlleva para la libertad de expresión y la privacidad, por mencionar sólo algunos de los más sensibles.

En un comunicado de la Red en Defensa de los Derechos Digitales, este organismo dedicado a la defensa de los derechos humanos en el entorno digital (como se autodefine) resalta que “solo 17 países en el mundo exigen algún tipo de identificación biométrica para la compra de una tarjeta SIM. Dicha lista está predominantemente compuesta de países autoritarios como China, Arabia Saudita, Afganistán, Venezuela, Emiratos Árabes Unidos, Tayikistán, entre otros y que no incluye a ningún país plenamente libre y democrático”.

Sin reducir la complejidad y alcances de la creación de este padrón biométrico de personas en México, debemos tener en cuenta que actualmente el tráfico de bases de datos se ha convertido en un lucrativo negocio que resulta tentador para muchos actores legales e ilegales y que lamentablemente se han vuelto comunes los incidentes de seguridad de la información, que tienen como consecuencia la filtración de datos personales de millones de personas.

Sólo por citar algunos ejemplos del ámbito privado: en 2015 un incidente de seguridad del sitio de citas clandestinas Ashley Madison, puso al alcance del público los datos de 37 millones de personas que consideraban como una cualidad de esta página de encuentros furtivos, precisamente, que les garantizaba el anonimato y la confidencialidad.

En el año 2016 la empresa de transporte Uber fue víctima de un hackeo que expuso la información de 57 millones de personas y apenas en días pasados se dio a conocer que alguien había colocado en la red una base de datos que contenía información personal como direcciones de correo electrónico, números
de teléfono y fechas de nacimiento, de 533 millones de personas usuarias de Facebook.

En la Era de la Información, como la definió Manuel Castells, los datos son una tentación por su potencial lucrativo, por lo que se destinan millones de dólares en el resguardo, protección y respaldo de información en poder del sector privado… y aún así los datos se han filtrado, han sido sustraídos o fueron comercializados y están al alcance potencialmente de cualquier persona u organización.

En el caso del sector público mexicano el panorama es desalentador en cuanto a la capacidad estatal para resguardar información no sólo de personas, sino incluso aquella considerada como de seguridad nacional. Nada más por citar un ejemplo: en 2019 la empresa petrolera estatal mexicana, Pemex, fue objetivo de un ataque de ransomware que terminó en la exposición de información personal de empleados de la paraestatal, programas de vigilancia y documentos diversos que dan cuenta del funcionamiento de instalaciones como refinerías.

En noviembre del 2017, cuando fenecía la anterior administración, se presentó la Estrategia Nacional de Ciberseguridad del Gobierno de México, pero con el cambio de gobierno y con la “austeridad republicana” como valor supremo, numerosas acciones encaminadas a la protección de información en posesión de dependencias públicas se ha visto relegada porque, destinar recursos a adquisición de equipo, de programas de protección, de capacitación a personal y de toda medida orientada a que la información sea protegida, se ha visto como algo que puede esperar. En pocas palabras, la Estrategia de Ciberseguridad quedó como muchas leyes en este país: en letra muerta.

Imaginen ustedes lo que puede suceder en este contexto, con la información más sensible que sobre las personas existe: nuestros datos biométricos.

“Soy yo y mi circunstancia”, citaba al principio de este espacio, recordando a Ortega y Gasset, pero la frase del filósofo se completa con la sentencia “y si no la salvo a ella no me salvo yo”. Presionemos a nuestros senadores para que salven la circunstancia no avalando la insensatez de recolectar nuestros datos biométricos en una acción desproporcionada, atentatoria de derechos humanos y carente de sindéresis legislativa.

#NoAlPadrón

 

https://r3d.mx/2021/03/16/senado-debe-desechar-dictamen-sobre-el-padron-nacional-de-usuarios-de-telefonia-movil/