No sé usted, pero un servidor hasta hace un año, no sabía que los virus del tipo de los denominados como “SARS COVID” abundan, pero por algunas razones el denominado COVID-19 es de especial peligrosidad, a pesar de formar parte de los virus asociados con el resfriado común.

Tampoco conocía las formas en que esos virus se propagan y su período de vida según la superficie en que se encuentren.

Me imagino que gran parte de ese desconocimiento tiene que ver con que uno no está relacionado con la epidemiología en su quehacer diario; por tanto, es complicado tener datos de esa especificidad. Es decir, es un desconocimiento, hasta cierto punto, natural.

Y así puede ser en muchos rubros. No es lo mismo charlar sobre las películas que hemos visto que disertar sobre cine.

Ante una amenaza tan grave como la pandemia del COVID-19, la información comienza a circular. Comienzan a conocerse tan variados y novedosos datos que todo se vuelve un mar de confusión en pocos días. A veces, en pocas horas. Debe venir después un agudo discernimiento de nuestra parte para desechar la abundante información falsa que se produce.

A medida que transcurren los meses y que la tragedia no cede, también dejó de difundirse alguna información. Me viene a la mente que al principio se decía que el virus era altamente contagioso por vía ocular, y poco o nada se dice al respecto ahora, por ejemplo.

Hablando de información, es de vital importancia la que es pública. La que las autoridades deberían poner a nuestra disposición.

Si el sujeto obligado (llamémosle gobierno en términos generales) es confiable, nos proporcionará información veraz. Además, debería actualizada, oportuna y verificable.

¿Qué ocurre si el sujeto obligado no es confiable? Sencillo: lo que está usted viendo en México.

El principal aspecto que esta pandemia mostró es que el sistema de salud pública mexicano es un motivo de vergüenza nacional. Ningún sistema de salud estaba preparado para esta pandemia, pero el mexicano lo estaba menos. Puede ser que haya peores, pero eso no lo hace bueno.

Algunos ilusos sostienen que México contó con un mes para prepararse para la pandemia, pues la oleada provenía de lejano oriente e hizo su primera y mortífera escala en varios países europeos (sobre todo Italia, Francia y España entre los más afectados al principio).

Es decir, ese sector asume que a México le hubiese ido mejor si ese mes previo a la llegada del primer caso se hubiere hecho algo. Pero nunca nos dicen qué pudo haberse hecho en tan corto tiempo con un sistema de salud tan vulnerable.

Así, la pandemia llegó y lo que trató de presumirse como una actitud transparente del gobierno al encabezar una conferencia de prensa diaria para informar sobre la evolución de ese problema en nuestro país, se convirtió al poco tiempo en una suerte de ejercicio cotidiano, superfluo y nada confiable.

En este momento, son más las dudas que las certezas.

¿Cuántos fallecidos por COVID-19 hay realmente? ¿Dónde están los contratos que sustentan la compra de las vacunas? ¿Dónde están los documentos que sustentan la viabilidad del plan de vacunación tan mal implementado que se tiene en este momento?

¿Dónde están los insumos de información que llevaron al gobierno a determinar que aún no es momento de vacunar al personal médico de las instituciones de salud privadas? ¿Por qué las enormes filas si se supone que hay un sistema de registro y vacunas suficientes para quienes se inscribieron?

Hay tantas cosas que son un misterio en lo relacionado con la pandemia. Si con algo tan grave esa es la actitud opaca de los sujetos obligados: ¿qué tanto se nos ocultará en otros temas? En tal sentido, la pandemia también ha revelado los graves problemas que México padece con la transparencia. Quizá sea un México en el que muchos leen y escuchan noticias, pero pocos exigen datos fidedignos y verificables. Y así, los sujetos obligados se sientan más cómodamente en el sillón de la opacidad.

¿Será un mal exclusivamente mexicano? No lo creo.

La opacidad mundial también se ha hecho presente. Un poco tiene que ver con la mala gestión del desastre en la mayoría de los países, pero otro tanto tiene que ver con lo arraigada que se encuentra la actitud de guardar lo más que se pueda la información delicada.

Un día nos dicen que fue una sopa de murciélago. Al otro nos dicen que el virus se escapó de un laboratorio. Al siguiente vuelven a la sopa.

Hasta en las familias lo puede ver usted. “Mejor no le platiques, sólo se va a preocupar” o “para qué le dices, se va a enojar”. Imagínese a nivel macro.

Ni la opacidad mexicana es culpa del resto del mundo ni viceversa. El mundo, en general, no ha dado un buen ejemplo de transparencia en este tema. Así, simplemente, a México se le hace más cómodo desenvolverse con opacidad.

* El autor es licenciado en derecho y maestro en transparencia y protección de datos personales. Actualmente ejerce en el Poder Judicial de la Federación. Ha sido Director de Colaboración y Programas Interinstitucionales con las Entidades Federativas en el INAI y Director de Enlace Legislativo en SETEC, entre otros cargos.