Sólo fueron unas horas de unos datos.

Luego, vinieron los otros datos.

Y después, el ninguneo.

La Auditoría Superior de la Federación (ASF) sufrió la semana pasada un revés vergonzoso, relacionado con la auditoría que se practicó para estimar los costos de la cancelación del Nuevo Aeropuerto Internacional de México (NAIM) en Texcoco.

Es probable que nunca se pueda tener certeza de dos situaciones concernientes a ese evento: en primer lugar, el por qué del “error” o inconsistencias de la ASF al rendir el informe de la cuenta pública 2019. En segundo lugar, la razón de que la institución se retractara.

A estas alturas, la percepción de lo ocurrido ya se encuentra centrada.

En el primer aspecto, la clase gobernante abanderó el discurso de que la información que proporcionó la ASF se debió a un indudable uso de la institución para favorecer a la oposición. Por lo que ve al retracto, una amplia mayoría opina que se debió a la presión del Ejecutivo Federal.

Lo cierto es que México no necesita episodios en que, una institución que había sido relativamente confiable, de la noche a la mañana quede en el lado de la vergüenza. Y de la desconfianza. Menos aún si el asunto tenía sustento en algo tan objetivo como los números.

Ya de por sí, las instituciones mexicanas no gozan de la mayor credibilidad. Las hay algunas que son especialmente dignas de desconfianza, como las relacionadas con la procuración e impartición
de justicia.

Pero en términos generales, no es agradable tener que interactuar con el gobierno, en cualesquiera de sus niveles, pues es común que el ciudadano no encuentre satisfacción de sus necesidades o, peor aún, abundan los casos de quien iba por lana y salió trasquilado.

Aun cuando la revisión a los números relacionados con el NAIM debería causas un escándalo por los enormes costos que sigue arrojando, todo se volvió en contra de la ASF y su titular y todo a favor del Ejecutivo. Los “otros datos” resultaron más confiables.

El asunto del NAIM es sólo un aspecto de la cuenta pública, pero es el de mayor impacto, sobre todo mediático.

Las revisiones a la cuenta pública incluyen, entre otros rubros que me parecen bastante interesantes, la fiscalización sobre los recursos de los programas gubernamentales, que son de una cantidad exorbitante.

Pues bien, todo se derrumbó gracias a las malas cuentas del NAIM.

No sé qué sintió el titular de la ASF con la “disculpa” que tuvo que ofrecer, por un error de miles de millones de pesos. Pero es posible que esas disculpas ya no repongan el daño infligido a la
institución.

Además del propio menoscabo a sus funciones, ¿con qué cara seguirá formando parte la ASF de algunos sistemas nacionales? Por ejemplo, el anticorrupción, el de fiscalización y el de transparencia.

La razón de que la ASF forme parte de esos sistemas es el impacto de su labor especializada de fiscalización, pues en esa materia lleva mano.

Ahora, con el desprestigio que le está causando este “error de febrero”, sus auditorías tendrán que estar sujetas a escrutinio, pues no será fácil que recupere su confiabilidad.

La labor de la ASF debería poner a temblar a los entes auditados, pues sus resultados nos muestran si la administración de los recursos públicos federales se realiza con base en criterios de legalidad,
honestidad, eficiencia, eficacia, economía, racionalidad, austeridad, transparencia, control, rendición de cuentas y equidad de género.

¿Qué tuvo la ASF para que, en lugar de poner a temblar al Ejecutivo, la pusieran a temblar de un día para otro? Quizá, pies de barro.

 

* El autor es licenciado en derecho y maestro en transparencia y protección de datos personales. Actualmente ejerce en el Poder Judicial de la Federación. Ha sido Director de Colaboración y Programas Interinstitucionales con las Entidades Federativas en el INAI y Director de Enlace Legislativo en SETEC, entre otros cargos.