Como se ha señalado de manera constante en medios de comunicación de prácticamente todo el mundo, el confinamiento ha provocado una debacle de la economía de tal magnitud que, países como México, en el cual la mayoría de la fuerza laboral se desenvuelve en la informalidad, las consecuencias inmediatas son la limitación de facto, de la oportunidad de acceder a los satisfactores básicos necesarios para el mantenimiento de la vida, es decir, recursos necesarios para adquirir alimentos, medicinas y pagar un lugar para vivir, independientemente de que se trate de arrendamiento o el pago de una hipoteca, sin contar con el mantenimiento periódico de servicios sin los cuales hoy en día es difícil comprender la vida social: pago de escuelas o insumos para el estudios de los más jóvenes en una familia, transporte, vestimenta, servicios de comunicación, esparcimiento, etc.

Cuando una persona o grupo social se encuentra excluido de la actividad económica, que le permite obtener los satisfactores ya señalados a través de la compraventa de productos, servicios y/o de su misma fuerza de trabajo como mercancía (piénsese no sólo en la actual situación, sino en el caso de una enfermedad crónico degenerativa, un accidente o simplemente cuando se llega a la vejez o en el caso de grupo social considérense grupos vulnerables como inmigrantes) surge un escenario en el cual es necesaria la intervención de esa abstracción de pensamiento a la cual llamamos Estado, para que mediante la instrumentación de políticas públicas, incida en la contención del riesgo que supone no cubrir necesidades básicas y propicie el que las personas, a través de su propia energía y creatividad, logren superar esa condición de vulnerabilidad.

Pero, ¿qué pasa cuando hay ausencia de Estado?

La emergencia de la pandemia a nivel mundial, proporcionará evidencia acerca de qué países lograron hacer frente a las consecuencias sanitarias, políticas, económicas, sociales, etc., que han surgido de esta impredecible situación y sin lugar a dudas, exhibirán las distintas formas de organización civil que surgieron o se consolidaron en el tránsito de esta crisis.

Habrá ejemplos de cómo la presencia de un Estado fuerte y solvente permitió canalizar los recursos de manera ordenada hacia las áreas urgentes en una primera instancia (capacidad instalada médica y recursos humanos para atención de la salud) y posteriormente en el diseño de políticas públicas de mitigación de los adversos efectos económicos del confinamiento: preservación de derechos sociales, coberturas médicas y por supuesto: alimentación y vivienda garantizada durante los meses que duró o que dure la crisis.

Pero también habrá muchos ejemplos de países en los cuales el concepto Estado fue una categoría más teórica que práctica y en los que las fuerzas que permitieron la supervivencia de muchos sectores fueron: redes de solidaridad familiar, de comunidades religiosas o en los que surgieron algunas modalidades de lo que la teoría política colombiana llegó a denominar “paraestado”, es decir, aquel ente que se manifiesta ante la ausencia del Estado legal y legítimo y que viene a sustituirle en el control territorial, la implementación de “acciones sociales” e incluso la garantía de seguridad e incluso el cobro de impuestos, algo de lo que suele hablar como extorsiones de grupos criminales, al hablar únicamente desde la dimensión jurídico punitiva del fenómeno.

Lo anterior viene a discusión porque en los últimos días han circulado en México, imágenes y videos de presuntos grupos delictivos que distribuyen despensas entre distintas poblaciones aquejadas por las consecuencias económicas que han traído las medidas oficiales orientadas a evitar la propagación descontrolada del Covid-19 y cuyas acciones no sólo son visibles y perceptibles en distintos lugares, sino que incluso se han publicitado frente a las autoridades.

La difusión de estas escenas son evidencia adicional para corroborar que no sólo se ha perdido el monopolio del uso legítimo de la violencia, del control territorial y del cobro de impuestos, sino que incluso en un contexto como el actual, la ausencia de Estado exhibe la pérdida hasta del monopolio en la implementación de políticas sociales, ya que quienes en las imágenes mencionadas exhiben su benevolencia, tienen más recursos y demuestran mejor organización para instalar cadenas de suministros.

El Estado promueve la educación de futuros ciudadanos que enriquezcan la discusión pública, que aporten a la búsqueda de soluciones a problemas comunes y que logren el pleno desarrollo de su personalidad, en un constante círculo virtuoso que les motivará a protegerle. Pero en el caso de un “paraestado” ¿qué obtiene a cambio de constituirse en una suerte de lo que en su momento Octavio Paz llamó el “ogro filantrópico”?

La respuesta parece sencilla a priori, no obstante sólo el tiempo brindará perspectiva y elementos para medir las consecuencias de la ausencia de Estado en momentos de emergencia nacional.