Más allá de que si hubo no “chanchullo” en la elección para la presidencia de la Mesa Directiva por parte de Morena, a mí no me sorprende lo ocurrido con los dimes y diretes entre Ricardo Monreal y Martí Batres.

¿Por qué? Porque históricamente, la tribalización y el canibalismo político han sido características inherentes de la izquierda mexicana. Se tratan peor que adversarios y se combaten con mayor ímpetu que con quienes se supone, deberían ser sus rivales doctrinarios.

También en el PAN se veía la “onda grupera” pero creo que no con tanta virulencia como en los partidos de izquierda. Parece que está en su sangre.

Estos encontronazos, al menos en la izquierda partidista, han sido, por los espacios de poder, no por ideologías. Porque se supone, que no hay diferencias doctrinarias, ni tampoco las expresan en sus argumentos de denostación.

Así lo hemos visto en múltiples ejemplos: recuerdo, el rompimiento en el PPS, cuando Gascón Moreno, a la sazón alcalde Tepic, quien luego ganó la gubernatura de Nayarit fue traicionado por el presidente nacional Jorge Cruishank, a cambio de una senaduría. Más conocidas, las disputas encarnizadas en el PRD entre “Chuchos”, “Bejaranos” y “Amalios”.

Ahora, esta belicosidad se traslada a Morena, donde a los grupos internos les llaman naciones en vez de tribus. Pero son igual de bravos.

Y si de por si en la izquierda es común esa ebullición intestina, más aún en Morena que es una mescolanza, de chile, dulce y manteca. El lopezobradorismo se convirtió en un movimiento tan amplio, que caben desde Alfonso Romo y Gabriela Cuevas hasta Paco Ignacio Taibo II y Fernández Noroña.

En Morena, hemos visto ya varios encontronazos entre Yeidckol Polevksny y Ricardo Monreal; Tatiana Clouthier contra Alfonso Durazo; Irma Sandoval contra Olga Sánchez Cordero. A todo esto se suma, que estamos hablado de aspiraciones de cada liderazgo. Tanto por la presidencia nacional de Morena, como por la candidatura a la Jefatura de gobierno de la Ciudad de México y si me apuran, hasta por la candidatura a la Presidencia de la República.

En ese deporte del futurismo político, para el cual los mexicanos somos expertos, tanto Batres como Monreal, aspiran desde ahora a la jefatura de gobierno capitalina. Y por eso, la virulencia para intentar desbancarse el uno al otro.

Lástima, que en estos jaloneos, se estén llevando entre las patas a la agenda del Senado, que de por sí tiene en puerta temas de gran calado en la agenda legislativa.

Y flaco favor le hacen también al presidente López Obrador, que en este conflicto va a estar como “el cohetero”.
Si interviene, le dirán autoritario, y lo acusarán de replicar el modelo del PRI hegemónico donde no se movía una hoja de un árbol sin la anuencia del mandatario.

Si no interviene, lo acusarán de tibio o irresponsable. Y casi casi estoy oyendo a quienes dirían: “Si no puede poner orden en su propio partido…¿Podrá con las riendas del país?”

Ahí está el problema de algunos personajes de izquierda.

Parece que no les importa encender su recamara con tal de ver quemarse la de, quien en teoría es de la misma familia.