Me gusta la aviación. La aviación civil en particular.
Como la primera vez, cuando mi padre me compartió la maravilla que es zurcar los cielos, hasta hace unas semanas, cada vez que me subía a un avión, la sensación era como la primera vez: emoción, adrenalina, ansiedad; asombro ante un logro que el ser humano ha alcanzado mediante la tecnología: vencer a la fuerza de gravedad y elevar toneladas de peso con la aparente ligereza de una pluma.
El sector está lleno de sabiduría y de frases que engloban décadas de experiencia y hoy, en medio de fuertes turbulencias como la que pasamos por la pandemia ocasionada por el Coronavirus Covid-19, vienen a mi mente palabras que alguna vez escuché a quien fue mi instructor de vuelo: “nunca lleves un avión hacia un lugar en donde no haya estado tu mente 5 minutos antes”, en alusión a que una de las características primordiales en la industria es la previsión y la programación.
Históricamente una de las cosas que distingue a las sociedades y a las personas, es la elaboración de planes y proyectos para satisfacer necesidades básicas y obtener satisfactores comunes e individuales. Una vez cubiertos los requerimientos básicos para el mantenimiento de la vida viene la búsqueda de obtener otro tipo de cosas como: reconocimiento, crecimiento profesional, personal, económico, expansión corporativa y un largo etcétera. Para ello nos concentramos en la elaboración de estrategias para alcanzar aquello en donde nuestra mente estuvo 5 minutos antes, es decir, en dónde nos vemos en el futuro.
No obstante, la emergencia de la pandemia mundial ha sido de tal velocidad e imprevisibilidad que pareciera que ha obnubilado a personas y comunidades y nos ha colocado en un estado tal que pareciera ocioso hacer planes cuando no tenemos ninguna certidumbre acerca del futuro. Si algo prevalece en estos momentos es precisamente eso: el extravío ante las que podemos denominar en este momento como azarosas fuerzas del destino.
Se acumulan por cientos los testimonios acerca de planes frustrados, inversiones canceladas, pérdida de empleos, regresos anticipados, vacaciones pospuestas, expectativas postergadas y sobre todo, realizaciones personales en pausa.
Ante el axioma de la fragilidad humana frente al inconmesurable enemigo biológico, pareciera estéril intentar ejercicios intelectuales para comprender el mundo, porque su comprensión en tiempo real parece exclusiva en este momento histórico, desde el punto de vista epidemiológico y médico. Para el resto sólo nos queda la sensación descrita por el sociólogo británico Anthony Giddens, de vivir en “un mundo desbocado” en el cual todo es inestable, cambiante y de indescifrable porvenir.
Al igual que la industria aérea, todos nos hemos visto obligados a aterrizar las naves de nuestros planes y a intentar resguardarlos en el lugar en que menos se deterioren. No hay plan de vuelo por el momento porque la tempestad continúa y nadie sabe con precisión cuándo amainará.
Ante el gran desafío que vivimos, es la comunidad científica la única que por el momento puede vislumbrar escenarios futuros y proponer planes de vuelo. Quienes sin los conocimientos técnicos pretendan trazar rutas alternas, multiplican las posibilidades para el desastre.
Pero ante lo pírrica que parece la ciencia ante esta tormenta, no puedo más que concluir esta reflexión con las palabras del Dr. Héctor Raúl Solís Gadea, quien en 2016, al asumir el cargo de Rector en el Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad de Guadalajara, dijo:
“Las ciencias humanas nunca han pisado suelo firme. Su naturaleza es la falta de certidumbre. En ello, sin embargo, reside su valor: el aspirar a una sabiduría que nunca se podrá alcanzar del todo pero que siempre será una brújula para el espíritu humano y lo alentará a seguirse interrogando por la realidad y su sentido”.
¡Volveremos a volar!
Columna dedicada a quienes siempre vuelan y hoy están en tierra.