La entrevista de Carlos Urzúa a la Revista Proceso, firmada por Hernán Gómez, refleja una vieja disyuntiva en la forma en que se han lleva las riendas del país en el México pos revolucionario: La política contra la tecnocracia.
Interpretando lo que dice en la entrevista, Urzúa salió corriendo horrorizado al ver la manera en que se pretende manejar el presupuesto: tratando de dejar contentos a todos. A los ricos, sin cobrarles impuestos y a los pobres regalándoles dinero. Palabras más, palabras menos.
Esto es más complejo, por supuesto. Bien podríamos reprochar a Urzúa…¿Por qué desde un inicio no reprochó esas decisiones o no se quejó de los presuntos conflictos de interés? Pero ese es otro cantar y no es el tema que quiero tratar.
Más bien, reflexionaremos, sobre ese viejo jaloneo entre la fórmula política o la receta tecnócrata a ultranza. O mejor diremos, en términos luchísticos, pero más coloquiales y por lo tanto entendibles: la añeja disyuntiva entre rudos y técnicos.
En México, hemos estado oscilando de ambos lados del péndulo. De lo político, a lo técnico, y hoy de nuevo a lo político.
Las dos fórmulas tienen virtudes. Pero ambas en México han demostrado su fracaso, porque en lugar de aprovechar esas bondades, se ha echado mano de las peores prácticas de ambos lados de la moneda.
Los políticos. Han sido un desastre porque gobiernan a base de corazonadas y a base de decisiones supuestamente “salomónicas” que pretenden dejar a todos contentos. La política es muy necesaria – en el buen sentido- porque permite humanizar las decisiones y sopesar opciones. La política permite consensos y acuerdos, si se ejerce como el arte que es.
Lo malo fue que al llevar el país con criterios eminentemente políticos y no técnicos, se causaron tremendas crisis económicas en 1976 y 1982, que hicieron añicos al país, por negar la frialdad de los números.
Los tecnócratas. Esos solo trabajan en base a la evidencia científica, lo que dicen los teóricos y con la frialdad de los números. La ventaja, de esta vertiente es que ha abonado a la formación de una burocracia calificada, especializada para ciertas tareas que requieren de conocimiento universitario y expertiz, que resulta valiosa.
Lo malo fue que la cúpula tecnocrática, más bien se encargó de legitimar los intereses del mercado (en la época del PRIAN sobre todo), y a agrandar las desigualdades. Les faltó humanizar los números. Su fórmula tampoco evitó crisis en 1994 y en menor medida, en 2009.
Que por cierto hay que hacer una distinción importante. Los técnicos mandos medios hacia abajo, quizá algunos jefes son muy necesarios. Se requiere de perfiles con especialización, que saquen la chamba sobre todo en áreas como la financiera, la energética, la electoral, en la transparencia, en la seguridad, por citar algunas. No estoy de acuerdo en los despidos masivos que han sufrido en dependencias que requerían de esa expertiz valiosa.
Los tecnócratas propiamente dichos, no tuvieron el tacto político que se requiere para gobernar y dejaron el país hecho un desastre también. Para los tecnócratas, se veía como un derroche “regalar” dinero a los pobres, pero les encantaba subsidiar a los grandes empresarios y entregar los recursos naturales a los extranjeros para su saqueo. El pueblo los repudió, dentro de una renovada versión de la lucha de clases que reivindicó en su tiempo, Carlos Marx y acudieron a las urnas a votar en contra de todo lo que oliera a tecnocracia.
Con su desprestigio, estos personajes de la cúpula política-tecnócrata, se llevaron entre las patas a los burócratas bien calificados, con perfil adecuado para el servicio civil de carrera y que hoy son víctimas de la venganza de quienes llegaron al poder a través de Morena.
En este jaloneo entre rudos y técnicos se enmarca el capítulo lo que acabamos de ver con la salida de Urzúa. Él es un técnico, que se metió a la cueva de los rudos y ahora se dice horrorizado. Los rudos, en cambio, lo ven ahora como desleal y traidor.
Si lo que esperaban personajes como German Martínez o Carlos Urzúa, era que AMLO terminará poniéndose la máscara de Octagón, se equivocan. Va a seguir con la melena del “Perro” Aguayo, durante todo el sexenio.
Soy de los que creo, que la fórmula tecnócrata a ultranza no funcionó. Pero también creo que no se puede desdeñar la expertiz del capital humano especializado, que está siendo despedido injustamente. Ni tampoco se puede negar la frialdad de los números.
México ha sufrido por eso. Porque somos el país de los bandazos. Los golpes de timón se van de extremo a otro. Hace falta una fórmula que combine ambas visiones: la política y la tecnócrata.
La de los rudos y la de los técnicos.