El tesoro al final del arcoíris

Estamos preparados, siempre preparados, para estar preparados. Si se trata del temporal de lluvias, estamos listos, hasta que aquél deja caer su primer escarceo y derrumba, en Guadalajara, una veintena de árboles y las inundaciones anuncian lo que de ellas podemos esperar y para las que nunca acabamos de estar listos.

Estamos preparados para transitar por el temporal de lluvias hasta que, en un pueblo hacia el sur de Jalisco, San Gabriel, el río decide buscar cauces poblados y exhibir qué tan listos estábamos para las veleidades de la hidráulica.

Estamos listos para mantener una relación digna y provechosa con Estados Unidos hasta que su presidente, Donald Trump, arroja sobre nosotros sus ideas peculiares sobre diplomacia, migración, comercio y sobre el respeto al derecho ajeno, entonces caemos en cuenta de que nuestro canciller no está listo ni para hacer una cita con su contraparte, sobrino directo del Tío Sam.

Estamos preparados para hacer refinerías, un tren en un circuito maya más relacionado con la mercadotecnia que con los mayas históricos y con la fragilidad de su territorio presente, o preparados para tender vías para un ferrocarril que hienda el nudo Mixteco hasta que un aguafiestas, o varios, salen con que debemos tomar en cuenta los impactos en el medio ambiente.

Estamos listísimos para brincar la derruida cerca de la tercera transformación y para pasar con un trascabo por encima de los escombros de la fundación originaria de Jalisco hasta que la horda de emisarios del pasado, del remoto y del próximo, nos contiene, recordándonos que somos lo que somos justamente por andar creyendo que meras propuestas de ocasión pueden fungir como el borrón y cuenta nueva… la horda compuesta por las huestes de la corrupción, por los salvajes miembros del crimen organizado en la tierra del escaso estado de derecho donde priman la impunidad, la codicia, la injusticia, la violencia, el individualismo. Sí, estamos listos para estar listos, o dicho con crudeza: estamos permanentemente preparados para lo que venga, el cuello dispuesto para que la realidad jale de la correa a su antojo.

Estamos dispuestos para creer. Cíclicamente creemos que llegó el momento para pasar a lo bueno, a la vida de bienestar y paz que las circunstancias incontrolables nos han conculcado. Pocas cosas tan arduas como desterrar de nosotros la confianza en la que nos instalamos de cuando en cuando; no hay golpe tan fuerte, desencanto tan intenso, datos tan brutales de lo que es la vida en este país, que alcancen para desanimarnos.

El estímulo más epidérmico basta para avivar la llama de la esperanza cívica; luego echamos la vista atrás y nos sonrojamos al mirar la lista de quienes en algún punto de la línea del tiempo mexicano elevaron nuestra certeza en un porvenir próspero e igualitario. Y esto podría no estar mal, después de todo, sería terrible ser parte de una sociedad cuyos integrantes viven en la depresión perenne, meros sobrevivientes; es en las expectativas de lo mejor que hacemos que florezcan la solidaridad, las manifestaciones culturales de toda laya, el gusto por el arte, por el deporte, por la fiesta, incluso la productividad económica se explica por nuestro real talante para estar en el mundo.

Pero no solemos tomar en cuenta esto, México es una de las potencias económicas del planeta por su gente, toda, cada uno, cada una; vamos al extremo de estar perfectamente listos para que la riqueza que aquí, en México, en Jalisco se genera, se quede en muy pocas manos y, sin embargo, estamos preparados y no damos tregua, porque al final, qué le hace, sabemos, sentimos, sospechamos que lo nuestro, lo que nos corresponde, algún día llegará, y si no, seguramente en el camino encontraremos señales, grandes y pequeñas, que exciten nuestra fe en los ideales e incumplidos arreglos políticos y sociales que nos hacen una nación.

Si concordamos con esta concatenación de brochazos bastos que intentan dibujar el espíritu de este país, o si no el espíritu, ciertos modos de nuestra índole, quizá aceptemos un anticipo de conclusión: nos atrae tanto la credulidad, afianzarnos de la esperanza que otros anuncian, que cuando las expectativas quedan truncas, preferimos culparnos a nosotros mismos, jamás al sujeto de nuestra confianza: si las cosas no salen como nos ofrecieron, se debe a los que dan poco crédito al futuro que periódicamente unos reinventan; a veces son unos lo que descreen, otras veces son otros y otras. Jamás nos unimos para afirmar: no somos nosotros, son los malos gobernantes.

Paradójicamente, no estamos listos para cuando el momento llega, que por lo demás, nunca ha fallado: el momento en el que se hace muy evidente que el que no estaba listo, nunca lo estuvo, es quien se propuso gobernar, y terminamos conformándonos con que no termine por perder, absolutamente, el rumbo (nos ha sucedido que aquel que al finalizar el sexenio no nos pareció tan malo, andando el tiempo reparamos en que se equivocó mucho).

No sería una mala lectura de este comentario concluir que la culpa por el estado de cosas es de quienes gobiernan, de quienes nos han gobernado, y lavarnos las manos, inocentes mexicanos que no estamos listos sino para autoconvencernos, asidos de los discursos más simples, de que lo bueno, lo mero bueno, está siempre por venir. No es así. Hace muchas líneas quedó asentado que lo muchísimo de bien, de bienes que tiene, que crea, que produce México, es consecuencia de la labor denodada de las y de los mexicanos.

El punto de quiebre está en que una de las secuelas del pacto que nos constituyó como país en 1917 sería que, dicho sin tecnicismos, si a unos les iba bien, a los demás también. No ha sucedido, y vaya que en varios sectores la bonanza es magnífica, incluido el que corresponde a la clase política. Otro de los efectos de aquel pacto llamado Constitución General de la República sería que merced a la intervención de los tres poderes, en los tres órdenes gobierno, viviríamos en paz, educados, saludables y seguros, al menos. No ha pasado, en general, pero sí en particular: vaya que podemos notar los autocuidados, la salud y la educación que un porcentaje menor de nosotros se provee, como si fueran ciudadanos de otras naciones.

Así, y para ser consecuentes con los ciclos a los que estamos tan impuestos, nos queda pensar que por estos días estamos en un cruce histórico: quienes hoy detentan el poder deben dar resultados acordes a las expectativas. ¿Qué debemos poner de nuestro lado para que al fin los disfrutemos? Lo que secularmente hemos puesto y propongo algo extra: exijamos a los que debemos exigir, no nos dividamos por opinar diferente; al final, hay algo sobre lo que cada uno, cada una somos expertos: sobre nuestra propia vida, la que vale más si está en relación dialogante con las otras, las de la gente que permanece y a la que podemos ver a los ojos y con la que, aunque no se diga, hemos hecho al magnífico México. Ojalá al presidente le vaya bien, también al gobernador, ellos como ejemplo; pero si no: la responsabilidad será enteramente suya y que se preparen para lo que ellos, y los mandamases pasados, nunca han estado listos: para la crítica, que bien vista no es sino la versión inteligente de la esperanza.