El pasado 30 de septiembre el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación anuló la elección que dio como ganadora a la candidata de Movimiento Ciudadano, Citlalli Amaya para la presidencia municipal de Tlaquepaque.

El motivo se centró en que existían elementos suficientes para determinar que existió una influencia por parte del cardenal Juan Sandoval Íñiguez, quien en sus redes sociales llamó a votar en contra del partido en el poder y a ejercer un voto útil. Una sentencia polémica, sin duda, ya que abría la posibilidad al candidato perdedor de MORENA (y quien habría de interponer el recurso de nulidad) Alberto Maldonado a competir una vez más por la alcaldía. A la vez, el mismo Tribunal encomendó al Congreso de Jalisco para llamar nuevamente a elecciones y repetir este ejercicio en los próximos meses.

Como era de esperarse, la reacción de Movimiento Ciudadano fue airada. Su coordinadora estatal, la diputada Mirza Flores, argumentó que la decisión judicial atentó no sólo contra la voluntad de la ciudadanía tlaquepaquense, sino que además era violencia de género al considerar que Citlalli Amaya sería la única mujer que gobernaría la zona metropolitana de Guadalajara y la decisión quitaba la posibilidad de que una alcaldesa gobernara uno de los municipios más importantes de la entidad.

Conforme pasaron las horas, este discurso salía a colación en los distintos espacios en donde la diputada expresaba su disgusto. También lo exclamó la propia candidata afectada por la resolución, y la expresidenta de Tlaquepaque, la ahora diputada federal plurinominal María Elena Limón.

Todo pintaba a que dichas declaraciones fueran parte de una narrativa planteada con miras a la elección extraordinaria. Sin embargo, Movimiento Ciudadano fue más allá. Aprovechando su mayoría en el Congreso y en alianza con su socio, el PAN, la 62 legislatura emitió la convocatoria para que los partidos políticos de Jalisco presenten candidaturas exclusivamente para mujeres. Este dictamen fue aprobado a pesar de la protesta de algunas legisladoras, particularmente de Mara Robles quien reprochó el uso faccioso de la paridad para sacar una venganza política en contra del candidato y del partido, promotores de la anulación en cuestión.

El argumento de Mara Robles no falta a la razón ya que la decisión del Congreso de Jalisco fue ruin y perversa. Ruin, porque descarrila en automático los derechos políticos de los contendientes que buscaron ganarse la confianza de la ciudadanía en un proceso electoral que ya tenía reglas de participación, y que para las instituciones judiciales, resultaron contaminadas por la injerencia eclesial. Perversa, porque con toda la desfachatez usaron el mecanismo de igualdad política entre mujeres y hombres para eliminar de tajo a un contendiente que busca volver a participar en una contienda.

El Congreso daña el avance que han tenido las mujeres en su libertad política. Uno de los preceptos de la igualdad entre mujeres y hombres es la plena y absoluta libertad para ejercer el poder en las mismas condiciones, sin ninguna atadura patriarcal que las obligue a determinar el destino de un proyecto ajeno a sus luchas y convicciones. La libertad plena en donde no se condicione la participación de las mujeres por un “proyecto único” o un “proyecto mayor” que vaya en contra a su voluntad. Una libertad donde puedan alzar la voz y donde se exhiba que el techo de cristal se convirtió en uno de concreto, como bien me lo recuerda a cada momento mi compañera y amiga feminista Fátima López.

Tengo la fortuna de ser testigo de varias conquistas políticas que las  mujeres han dado en los espacios públicos de Jalisco. También puedo decir que soy parte de una generación que ha observado toda forma de irrupción y cuestionamiento que han hecho al sistema político profundamente machista, y donde ellas han sido las protagonistas: mujeres con talante, todas admiradas, de distintos partidos y responsabilidades públicas, y que basaron una lucha sustancial para llegar a puestos y espacios de dirección y representación popular. Incluso he visto a varias de ellas que sin protagonismo lograron abrir distintos caminos escabrosos para que otras pudieran llegar a los cargos más visibles de la vida pública local.

En estas consignas las he visto a todas defender este principio en muchas tribunas. A todas, incluyendo a las que ahora se contradicen por complacer a su jefe político. Les he aplaudido los señalamientos que hacen o hicieron a sus partidos por resistirse a otorgar más espacios para ellas. Las he visto posicionándose ante la urgencia por la paridad de género en los puestos de elección popular. Las he escuchado en foros donde al final reflexionan sobre una agenda común, a pesar de las diferencias ideológicas. Han logrado acuerdos conjuntos a favor de una mayor participación de las mujeres en la vida pública de Jalisco.

Hoy estas agendas de colaboración y solidaridad política las quieren reducir a meras leguleyadas para complacer a los líderes políticos, los que aún deciden y reparten candidaturas y puestos estratégicos. Los líderes que se vuelven feministos a conveniencia.