• Columna de opinión.
  • Escrita por: Por: Julio Ríos.
  • X: @julio_rios.

Hablar de López Obrador y su sucesora, Claudia Sheinbaum, siempre exalta emociones en los bandos que les apoyan o que los rechazan. No hay medias tintas. Pero es inevitable tocar el tema, porque ambos personajes, se quiera o no, estarán en los libros de historia.

López Obrador siempre buscó la trascendencia. Así lo dijo desde su discurso de la victoria en 2018. Y, para bien o para mal, la obtuvo. Dentro de 100 años, se seguirá polemizando sobre su sexenio.

Quiero ser cuidadoso con lo que voy a decir a continuación, porque en estos tiempos, si uno suelta las cosas con ligereza, se levantan ampollas y llueven insultos. López Obrador será como Juárez y Lázaro Cárdenas. No estoy comparando la magnitud de sus obras (eso es otra discusión, y en eso, por supuesto, los dos caudillos están por encima). Me refiero a la virulencia con que sus odiadores lo seguirán atacando, y a la devoción con que sus seguidores y simpatizantes se referirán a él.

López Obrador será amado u odiado por generaciones que ni siquiera lo habrán conocido, y que solo se enterarán de lo que hizo a través de historiadores afines o detractores. Pero nunca será ignorado como presidentes grises, tales como Abelardo Rodríguez o Pascual Ortiz Rubio. Ni tampoco será de los que de forma unánime se han ganado un lugar en la galería de villanos nacionales, como Echeverría, Díaz Ordaz, López Portillo o Antonio López de Santa Anna.

Haber concluido con un 70% de aprobación, tal y como lo admiten hasta los periódicos que no son afines al lopezobradorismo (Reforma o El País), debe reflejar algo. Ignorarlo es de necios.

Finalmente, el sexenio de López Obrador fue de claroscuros. Pero los más pesimistas pronósticos de sus opositores jamás se cumplieron. Decían que se iba a reelegir, que el tipo de cambio se iba a sextuplicar, y que iba a expropiar empresas. Arguyeron que no aguantaría el sexenio, y hasta lo enfermaron varias veces. Que nos iba a llevar al comunismo. Y nada de eso sucedió.

También hay que ser críticos. No podemos tapar el sol con un dedo. AMLO nunca cumplió la promesa de pacificar al país. La violencia y la ingobernabilidad sigue rampante en estados como Sinaloa, Chihuahua y Guanajuato (que contrario a lo que muchos creen, sigue siendo el estado más violento del país). Los motivos por lo que no los logró, son múltiples.

Algunos atribuibles a él, pero otros ajenos, que tienen que ver principalmente con la forma en que este problema se acendró casi en todas en las estructuras de la realidad mexicana (política, social, economica y últimamente hasta cultural). Contra todo eso se tenía que luchar. No es justificación, porque era su obligación a pesar de todo y es evidente, viendo las cifras de homicidios y delitos, que no se logró lo que él se propuso.

Y en uno de los temas más dolorosos, tampoco logró el objetivo de implementar el mejor sistema de salud del mundo. Continuó el desabasto dramático de medicinas, sobre todo en niños que requieren tratamientos contra el cáncer. Y aunque el Tren Maya trajo empleos y prosperidad turística al caribe mexicano, será cuestionado por el ecocidio y la devastación de las selvas. Ese desprecio por la técnica llevó a varias dependencias a perder orden. Algo que habrá de recuperar la nueva presidenta.

¿Estoy satisfecho con lo que tenemos en México? Por supuesto que no lo estoy. Cómo millones de personas tampoco lo están y es entendible que hasta se vayan con un sabor agridulce. Pero, en medio de las pasiones exacerbadas, soy de los que creen que este país ni es el desastre que unos pintan, ni tampoco el paraíso terrenal que otros pregonan. No se logró todo lo prometido. No somos Dinamarca. Pero tampoco somos Venezuela.

A pesar de todo hay lugar para el optimismo y así se sintió en el histórico 1 de octubre, al cual nos referiremos a continuación.

El Discurso de Claudia Sheinbaum

La toma de posesión de la primera presidenta (sí, con “a”, aunque le duela a los puristas del lenguaje), Claudia Sheinbaum renovó la ilusión de millones de mexicanos. Sin negar que hay detractores, pero creo que el ánimo de arranque ha sido positivo en términos generales.

Su discurso fue un viaje de palabras y emociones, en el que se combinaron datos duros, históricos y guiños políticos. Con agudeza intelectual, la presidenta dividió su discurso en seis grandes momentos:

  • Reconoce el legado de su antecesor. Lo cual es un gesto de cortesía política y elegancia.
  • Evoca la grandeza histórica y cultural del pueblo mexicano y sus aportaciones al mundo.
  • Enumera logros del sexenio, con lo cual justifica la continuidad del humanismo mexicano. Estos logros tienen que ver sobre todo con la agenda económica social, no solo los programas, sino el incremento al salario que fue el elemento que realmente fortaleció la economía de los hogares. ¿Se imagina que con la inflación provocada con la pandemia se tuvieran los mismos sueldos que durante el peñismo? El impacto habría Sido demoledor.
  • Describe el decálogo sexenal en el que se mantienen principios como la austeridad republicana, el combate a la corrupción (otra discusión tendrá que ver con cuáles fueron los reales avances en este rubro en el gobierno que concluyó), cuidado al medio ambiente, libertad de prensa y soberanía nacional, con cooperación pero no subordinación.
  • Adelanta obras y acciones clave para operar ese decálogo y explica la Reforma Judicial.
  • Finalmente, con sensibilidad y empatía abrocha el discurso al reivindicar a las mujeres históricamente invisibilizadas, en un acto de memoria y justicia.

“Nuestras madres y abuelas que no aprendieron a leer y escribir, porque les dijeron que la escuela no era para ellas”, fue la frase mas significativa de ese cierre.Una frase nos enchinó la piel a millones. Y sobre todo a muchas mujeres, que se emocionaron hasta las lágrimas.

En el acto del Zócalo para la entrega del bastón de mando, Sheinbaum demostró una vez más su profundo respeto por nuestras tradiciones y la riqueza cultural de México. La imagen de solo mujeres en el templete, rodeadas de maíz, inciensos y vistosas indumentarias, fue especialmente poderosa. Sheinbaum ha demostrado entender el alma de México, aquella que muchos intentan ignorar, pero que es la esencia de nuestro orgullo nacional. Y en ese acto, desdobló su decálogo en 100 proyectos concretos que forman parte del mapa de ruta para el nuevo gobierno. (Por cierto, a Jalisco ya no se le menciona con obras como el Tren México -Guadalajara…¿A qué habrá obedecido la omisión?).

Fue un primer día que cumplió con las expectativas. Y, como he dicho antes, Sheinbaum dejará una huella imborrable en la historia, sin importar las opiniones de otros. Que por cierto: la ausencia del Rey de España pasó desapercibida, un recordatorio de que México camina solo.

Ahora llega la hora de poner en práctica lo que se ha prometido. Los mexicanos esperamos con ansias que se conviertan las palabras en acciones. Para una líder con formación científica, acostumbrada a calcular y planificar, no debería ser difícil hacer realidad sus objetivos. Que así sea, por el bien de todos, especialmente de aquellos que más lo necesitan. O como reza la conocida máxima: Por el bien de todos, primero los pobres.