Eduardo González Velázquez

Apenas pasan de las cinco de la tarde, pero el hambre “por el huequito que dejaron a medio día” comienza a inquietarlos. “Siempre que venimos a San Nico le hacemos igual, comemos poco para cenar rico y bastante”, dicen unos comensales ávidos de los manjares de cada lunes. Desde la mañana comienza la montadera de puestos y el trajín de los ingredientes que le darán forma a las delicias culinarias de la tarde cuando el tianguis de comida quede instalado en su totalidad.

Lo primero que deben encontrar los hambrientos visitantes es un lugar de estacionamiento, desde las 6 de la tarde comienzan a ser escasos, y los varios franeleros que portan su chaleco con la leyenda “Duty Baker” son insuficientes para asignar lugares a los cientos de automovilistas que quieren parase “casi en la entrada”, se queja un empleado de la franela vial. Sin duda, el tráfico que se acumula alrededor del templo puede hacer perder la compostura a cualquiera, por lo que muchos deciden caminar algunas cuadras y estacionar su auto lejos del gentío. El congestionamiento vial no siempre les agrada a los vecinos de la zona, quienes procuran regresar temprano a sus casas para guardarse, sin que esto impida que muchos de ellos también pasen a cenar o caminen por el parque frente al templo o lleven a sus hijos a jugar en los columpios y resbaladillas.

Nadie sabe con certeza cuándo comenzó esta comedera, 15, 20 o 25 años atrás. Da lo mismo, cada lunes en la calle frente al templo de San Nicolás de Bari, poco más de dos docenas de puestos se disputan el paladar de los visitantes. La tradición, dicen algunos, comenzó cuando la gente salía a comprar los lonches de pierna al final de la misa de los lunes. Hoy, la vendimia junto al templo se asienta en los terrenos de unas antiguas barrancas donde hace varios lustros yo jugaba de pequeño en el grupo de Boys Escauts al que pertenecía.

Mucha gente antes de comer pasa al templo a rezar, escuchar misa o dejar una veladora junto a la reliquia de San Nicolás de Bari, quien fuera obispo en el siglo IV, para pedirle esperanza en lo laboral. “Aquí venimos a pedir ayuda para encontrar trabajo”. A San Nicolás también se le conoce como el santo de los niños, los marineros y los viajeros, e intercede para ayudar a los necesitados y a los pobres, según me cuentan los feligreses formados para venerarlo. Las veladoras son vendidas por el templo en 18 pesos. Aunque parezca raro, los vendedores no saben (o no quisieron decirme) cuántas veladoras venden cada lunes. San Nico, como popularmente se le llama, se ubica en la calle Géminis 4190-A entre Cáncer y Libra en la colonia Juan Manuel Vallarta. Sin duda, es uno de los templos más visitados en Guadalajara.

No se necesitan muchas referencias para llegar a la comedera de San Nico, el puro olor nos guía. El gran comedor gastronómico instalado cada lunes deja poco espacio para la insatisfacción. Encontramos de todo: tacos, papas fritas, elotes, espiropapas, salchitacos, papas a la francesa, tostielotes, tortas, tamales, churros con o sin relleno, frutas, gorditas de nata, pan dulce, molletes dulces o salados, camote, calabaza en miel, queso, aguas frescas, crepas, guafles, pizza, pozole, helado, pasteles, gelatinas, jot dogs, enchiladas, jot queis, y hasta puestos de joyería y bisutería.

Una de las cosas que más agradecen los visitantes que llegan en pareja, con la familia o con amigos es la seguridad y la tranquilidad del lugar, pero también los precios, pues se puede cenar con tan solo cien pesos. “Nos visitan de todas las edades”, dice la señora que vende quesos, “lo importante es que siga la tradición”.

En plena temporada de lluvia, el agua no ahuyentó a los visitantes pues el chaparrón cayó antes de las cinco de la tarde lo que refrescó el resto del día.

Los visitantes permanecen poco tiempo entre los puestos, la dinámica es llegar, comprar y salir mientras se come lo elegido. Hay poco lugar para permanecer, las bancas del parque son insuficientes, y no todos los que están sentados están comiendo. Pocos son los puestos que ofrecen un lugar para sentarse. Sin duda, se invierte más tiempo en llegar, estacionarse, hacer la fila para pedir los alimentos, que el tiempo que permanecen en el corredor gastronómico. Filas y más filas, la gente come mientras hace la cola para pedir más comida. La fila para los lonches llega hasta la esquina del parque, se miran varias decenas de personas. “Los lunes en San Nico vendemos lo que no vendemos en la semana”, dicen los que atienden los tostilocos.

“Primero miramos y al regreso comemos”, es la estrategia para decidir qué cenarán. Lo cierto es que frente a tantos olores, sabores, colores y texturas resulta difícil solo caminar y observar, la mayoría de las personas no tardan mucho en pararse frente a los puestos y comenzar a deleitar el paladar. En la cabecera este en la esquina de Géminis y Cáncer están los lonches de pierna que iniciaron la tradición, en la oeste donde hacen esquina Géminis y Libra recibe a los visitantes los quesos y el yogurt, lo que es una falsa premonición pues a continuación y hasta el final de la calle la oferta que domina es la vitamina T.

Al andar entre los puestos y en tanto se reciben las delicias culinarias, mujeres y hombres se instagramean para dar fe de su visita gastronómica. Algunos hasta preparan sus reels y hacen “en vivo”.

El primer puesto que termina de vender sus productos es el del pan dulce, se levanta a las ocho de la noche. “Cómo no, si la gente es muy panera. Yo voy a lo seguro, vendo puro pan”.

“Aquí hay de todo lo que ya sabes”, le presume un conocedor del lugar a unos amigos. “¿Antes no había tanta gente o son mis nervios?”, pregunta sorprendida una mujer al hombre que la acompaña, quien solo guarda silencio y le indica a una niña el camino para entrar al tianguis de comida. Son las ocho y cuarto de la noche y la fila para dejar las veladoras a San Nicolás se mantiene hasta la reja del atrio.

Sin más, para deleitarse en San Nico, además de hambre y dinero deben llegar con mucha paciencia, ya que a veces y en algunos puestos la espera puede ser hasta de 50 turnos. Tampoco nada que no podamos aguantar si de cenar rico se trata.