Por: José Vega Talamantes

Ninguno de los ex presidentes, mucho menos el que ocupa actualmente el cargo, merece dedicarle unas palabras de alabanza por su gestión.

En el caso de los anteriores, algunos hicieron lo que se pudo, de acuerdo al México que les tocó recibir; otros tantos hicieron un desastre, a pesar de recibir un México con un horizonte prometedor.

Tengo la impresión de que todos, sin excepción, hubiesen podido dar mucho más si su compromiso por México y los mexicanos hubiese sido superior a su ambición de poder.

En el caso del recién fallecido ex presidente Luis Echeverría Álvarez, recibió un México lastimado por la tragedia de Tlatelolco, que apenas había acontecido menos de dos años antes de ser electo.

A pesar de que existían algunos indicadores algo aceptables (sobre todo en lo económico), logrados durante la administración de Díaz Ordaz, la represión al movimiento estudiantil marcó de inicio la gestión de Echeverría. Parecía como si, hiciera lo que hiciera, nunca se desmarcaría de aquel evento, durante el cual fungía como Secretario de Gobernación.

Sin embargo, eventos como el fallecimiento de tan polémico personaje, hace que también aflore la hipocresía.

Varios de los opinadores o comentaristas hablarán lo peor del recién fallecido ex mandatario. Vamos: como lo dije al principio, no es que merezca alabanza alguna.

Pero es bastante hipócrita juzgarle como ex presidente, por hechos que ocurrieron cuando fungía como Secretario de Gobernación, por más que haya tenido que ver en su ejecución. En primer lugar, como ex presidente se le debería juzgar únicamente por sus decisiones como tal.

De tal manera, el juicio como Secretario de Gobernación debió ser en aquel 1970 en que fue designado como sucesor de Díaz Ordaz, a fin de que ni siquiera fuese propuesto como candidato, pero el nulo desarrollo de una vida democrática en el país no dio para eso. Pero ese es otro tema.

En segundo lugar, esos comentaristas de doble moral, de seguro, olvidarán que el mandatario actual se crio, como priista, justamente en épocas en que Echeverría era el Presidente de México. De ahí que, con cierta melancolía, el actual mandatario desee revivir las fallidas políticas de la época.

López Obrador no parece haber aprendido más allá de lo que correspondió a esos años en que incursionó en la política. Quienes defienden al actual mandatario, ni siquiera reparan en que esos años, quizá, fueron los mejores para el actual titular del Ejecutivo Federal.

En tercer lugar, esa corriente de intelectuales también, misteriosamente, olvidarán que el ex presidente Echeverría no llamaba dictadores a los dictadores que le caían bien (Tito, Fidel, Ceausescu y Perón, entre otros), a quienes prefería llamar estadistas. Mucho menos recordarán cualquier parecido con la actualidad, el cual, en todo caso, sería mera coincidencia (Cuba, Venezuela, Nicaragua, etcétera).

Así, son varios los que aparecerán con una doble vara; una para juzgar al extinto ex presidente, y otra mucho más benévola para juzgar al actual. El miedo no anda a caballo y, por eso, más vale no tocar ni con el pétalo de una columna o de un tweet al actual mandatario, quien no tiene empacho en exhibir desde la tribuna presidencial a todo aquel que sea su crítico y detractor, aunque sea con datos falsos.

Lamentablemente para sus víctimas, el ex presidente falleció sin ser enjuiciado por los crímenes que se le atribuyeron, pues nada se podrá hacer ya al respecto. La justicia humana y, en especial, la mexicana, falló una vez más.

Pero ojalá que varios de los que parecen seguirlo llamando a cuentas ya fallecido, le hicieran un llamado tan enérgico al actual presidente que, hasta el momento, no se tiene noción todavía del daño que causará al país una vez que finalice su gestión. Curiosamente, a él “hay que dejarlo trabajar”.

Definitivamente: el miedo no anda a caballo, mucho menos en burro.