En distintos ámbitos de la vida existe una tendencia a idealizar los sucesos con base en un número cerrado. Hay varios ejemplos de ello.
Ahí tenemos los famosos “primeros 100 días” de mandato de un presidente, en el que tiene que bombardear a los ciudadanos con “grandes noticias” o grandes cambios para forjar una imagen para el resto de su mandato.
Está el otro ejemplo de cuando nuestra mente y cuerpo nos pide “un año sabático”, porque por la razón que sea, no pueden ser 2, 5 o meses sabáticos, sino un año entero.
Y la que siempre trae un trauma consigo por razones muy personales: “dentro de 1 mes ya estaré en los 30, 40, 50…”).
Pero hablar de 100,000 muertes por una enfermedad específica es otra cosa. A pesar de la gravedad del asunto, por tratarse de vidas humanas, también en ello hay idealización.
Prácticamente, desde el momento en que inició la contabilización de los casos de Covid-19, el aumento de ellos es alarmante. Lo que pasa es que, precisamente por tenerle tanto apego a los números cerrados, no es común que las personas analicen los porcentajes.
La semana pasada que se llegó a la cifra de 100,000 muertes por Covid-19, según los datos oficiales, se desató nuevamente la oleada de comentarios públicos (y privados) por tan escandalosa cifra, como era de esperarse.
Aclaro: diariamente se tiene el conteo actualizado (insisto, según información oficial), pero son los 10,000, 20,000, 30,000 o 100,000 muertos los que despiertan una euforia “por su gravedad”.
Ese comportamiento generalizado, inclusive en casos tan tristes como las estadísticas por defunción, me hizo reflexionar en la forma en que las autoridades llegan a utilizar los números para manipularnos.
Uno de los usos principales que el gobierno da a los números es el hacernos ver su gran gestión con los supuestos logros que refleja la información estadística, para convencernos de que son los mejores.
Así, por ejemplo, usted estará impresionado cuando le digan “dotamos de vivienda a 50,000 familias”, como si por ese anuncio los patrones y los trabajadores no tuvieran que seguir haciendo sus aportaciones y pagos a las instituciones de seguridad social encargadas de ese rubro.
Pero cuando se habla de vidas humanas extintas cuyos protagonistas son cercanos a usted y a mí, es increíble que también los números ejerzan ese poder, es decir, mientras no sea una espectacular cifra cerrada nos adormecemos, y hasta que se le ponen varios ceros a la derecha es cuando reaccionamos nuevamente.
Desde hace varios meses se ha comentado mucho acerca de supuestos crímenes de lesa humanidad en los que están incurriendo el Presidente Andrés Manuel López Obrador y el Subsecretario Hugo López-Gatell por el errático manejo de la pandemia.
Y no es que no sea errática y fallida su labor, pues son los propios números, estrategias y discursos diarios los que lo reflejan, además de los resultados en muchas otras áreas que comienzan a hacer ver a México como una vergüenza mundial, pero de eso a demostrar un crimen de lesa humanidad con estándares de un tribunal internacional hay un gran trecho que andar.
Le comparto que hace algunos días me invitaron a un convivio de cumpleaños en el que estuvieron presentes no sólo el cumpleañero, sino también las siguientes agravantes: algo así como 20 personas, en el interior de una casa y con asistentes de diferentes rangos de edad.
Toda esa información la conocí después de que pasó el convivio porque obviamente no asistí.
Ahora, esos fueron los datos concretos, pero imagine usted otros aspectos tan delicados como el manejo de los utensilios para servir comida o bebida por parte de todos los asistentes y el uso compartido del sanitario, por citarle algunos ejemplos.
De tal modo, por una parte, hay un enojo, tristeza y desesperanza tremendos por haber llegado a esa cifra de 100,000 muertes, pero parece que también somos capaces de manipular en nuestro interior la cifra para seguir haciendo una vida “normal”.
Por tratarse de materias en las que estoy involucrado, me pregunto, por ejemplo, cuántos de quienes se autonombran paladines o expertos en anticorrupción, rendición de cuentas y todo lo que va anexo, realmente aplican esa supuesta ética profesional (necesaria en su ocupación) en lo personal, cuando se trata de cuidarse y cuidar a los demás con respecto a la pandemia.
En tal sentido, no se sorprenda de que el gobierno haga con nosotros lo que quiera a través de las estadísticas y los números porque, a pesar de lo grave que puede ser el asunto de la pandemia, miles de ciudadanos andan haciendo de todo como si el Covid-19 no existiera.
Para muestra, el Buen Fin y la próxima apertura de la Basílica de Guadalupe.
* El autor es licenciado en derecho y maestro en transparencia y protección de datos personales. Actualmente se desempeña en el Poder Judicial de la Federación. Ha sido Director de Colaboración y Programas Interinstitucionales con las Entidades Federativas en el INAI y Director de Enlace Legislativo en SETEC, entre otros cargos.