En el libro El Fin del Poder, de Moisés Naim, se plantea que el poder está cambiando de manos rápidamente. Que hemos pasado de los grandes ejércitos disciplinados a bandas de insurgentes, de gigantescas corporaciones a emprendedores y de los palacios presidenciales a las plazas públicas, además de que los líderes actuales tienen menos poder que sus antecesores y que el potencial para que ocurran cambios radicales y repentinos es mayor que nunca.
El autor señala además que el creciente papel de los individuos no políticos – profesionales, es la consecuencia más apasionante y estimulante de la centrifugadora política. Es el resultado de la caída de las barreras financieras, jurídicas, organizativas y culturales que separaban a los profesionales de la política del ciudadano común.
Esta reflexión, me resulta muy oportuna en el marco de los dos años que han pasado desde las elecciones del primero de Julio de 2018, en las que Andrés Manuel López Obrador, logró obtener la Presidencia de la República con más de 30 millones de votos.
Recuerdo aquel día en el que tuvimos una intensa cobertura y recuerdo un discurso de triunfo por parte de López Obrador, en el que parecía un buen ganador, conciliador y listo para gobernar para todos los mexicanos.
Después de dos años, vemos que lo que señala Naim en su libro es aplicable a nuestra realidad política mexicana. Aunque no dudo el presidente sigue teniendo un amplio apoyo por parte de sus bases electorales y muchos ciudadanos, pensar que esos 30 millones que lo llevaron al poder están con su gobierno, me resulta totalmente inverosímil.
Las acciones de gobierno por parte de la llamada Cuarta Transformación, y sobre todo los discursos y frases que emite el Presidente cada mañana, ha dividido profundamente al país. Desde el propio discurso oficial se propone un bipartidismo de facto. El gobierno y sus aliados contra la oposición y sus aliados. Sin duda, las elecciones de 2021 serán un refrendo al gobierno de López Obrador o una señal de protesta. Lo veremos.
La esperanza de millones por un cambio no significa que ahora muchos de esos millones estén con la nostalgia del PAN o del PRI en el poder como se ha querido comunicar, sino más bien, no han encontrado respuesta a las demandas, a las urgentes soluciones que requiere el país.
Nadie en su sano juicio prefiere una Guerra contra el Narco con Calderón en lugar de una política de búsqueda de paz, o nadie en sus cabales, quiere intercambiar a AMLO por Peña Nieto de Nuevo, para que vuelvan a saquear al país los pillos ex funcionarios como Emilio Lozoya o los ex gobernadores como los Duarte y los Moreira, por poner solo ejemplos. Lo que la gente quiere no es tener qué escoger entre una sopa amarga y otra podrida, sino encontrar las respuestas que se buscan.
Y aunque la población no espera que un gobierno tenga una varita mágica, lo menos que esperamos como ciudadanos es un presidente que tome responsabilidad y ya no se dedique tanto a culpar a los gobiernos anteriores, que enfoque toda su energía en la solución que requieren esos grandes temas de México, como la inseguridad, la violencia, la justicia, y ahora la pandemia del Covid-19 y la crisis económica que la acompaña.
A dos años del triunfo del presidente López Obrador, me parece que el balance es más negativo que positivo, aunque todavía muchos millones de personas lo apoyan, en ocasiones es difícil argumentar que las acciones de la 4T realmente estén logrando avances en el país aunque realmente espero que se estén poniendo las bases para ello.
Me preocupa que la falta de resultados sea como el escenario de un gran teatro con una obra tragicómica a la que buscan todos los días tapar con un gran telón ideológico y etiquetar las críticas con colores partidistas, al tiempo de evadir la responsabilidad propia, con sendas narrativas de que el pasado importa más que el presente.