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En columnas anteriores de #Liminalidades aquí en RumboMx, me he referido a cómo es que las llamadas clases virtuales a las que la mayoría de profesores nos hemos enfrentado debido a la emergencia sanitaria por Covid-19, no se pueden
considerar educación virtual y he dado algunos ejemplos de las inquietudes más comunes que estudiantes y ex alumnos me manifiestan de manera particular, no obstante, la realidad tiene al menos dos caras.

En conversaciones con profesores que usualmente imparten clase de manera presencial así como con quienes ejercen la docencia desde el campo de la virtualidad, hay un consenso en torno a que uno de los elementos básicos del sistema de educación superior en México, padece tres graves fallas: deficiencia en la capacidad de leer y comprender, deficiencia en la capacidad de redactar textos congruentes, atendiendo las reglas gramaticales básicas, así como escasa capacidad para la investigación; el elemento que padece esas tres graves fallas
es: las y los estudiantes que llegan al nivel de educación superior en México.

De acuerdo con los resultados correspondientes al año 2018 del Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos (PISA), “los estudiantes mexicanos obtuvieron un puntaje por debajo del promedio OCDE en lectura, matemáticas y ciencias”. El mismo estudio señala que en el país únicamente uno por ciento de los estudiantes consiguió “un desempeño en los niveles de competencia más altos”.

En relación con el resto de los países miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), los estudiantes mexicanos fueron evaluados por debajo del promedio general en lectura, matemáticas y ciencias. En el caso particular de las habilidades para la lectura, 55 por ciento de los evaluados lograron “identificar la idea principal en un texto de longitud moderada, encontrar información basada en criterios explícitos, aunque a veces complejos, y pueden reflexionar sobre el propósito y la forma de los textos cuando se les indica explícitamente que lo hagan” y únicamente ¡uno por ciento! “mostró un rendimiento superior en lectura, lo que significa que alcanzaron el nivel 5 o 6 en la prueba PISA de lectura. En estos niveles, los estudiantes pueden comprender textos largos, tratar conceptos que son abstractos o contra intuitivos, y establecer distinciones entre hechos y opiniones, basadas en claves implícitas relacionadas con el contenido o la fuente de la información”.

Este panorama ayuda a comprender -entre otras cosas- el estado en que una persona llega al nivel de educación superior: sin comprender lecturas en la manera que un nivel superior requiere, sin las habilidades básicas necesarias para plasmar de manera correcta, lógica y estructurada su pensamiento y mucho menos sus ideas; ni hablar de la utilización de signos gramaticales, que pueden modificar sustancialmente el sentido o énfasis de una oración.

Por cierto, la ausencia de signos de interrogación -por citar un ejemplo- es paradójicamente el signo más evidente de que incluso no hay capacidad para diferenciar al redactar, un enunciado interrogativo de uno imperativo.

Si trasladamos esta situación a un ambiente en el que la copresencia no es posible debido a la emergencia sanitaria, nos encontramos con que se requiere que el profesor traslade su práctica docente de aula, sustentada principalmente en el formato de cátedra, hacia plataformas que permiten el establecimiento de una relación oral en línea y a distancia, porque si sometiéramos a los alumnos a plataformas de educación virtual con diseño instruccional y totalmente proyectadas para ser una herramienta de autogestión del conocimiento, el panorama sería casi apocalíptico para la gran mayoría de estudiantes universitarios por una razón muy sencilla: no saben leer y por ende no comprenden indicaciones.

Para quienes no están familiarizados con la educación virtual, más allá de la relación obligada que todos tuvimos que iniciar con herramientas tecnológicas como Zoom, Meet, Classroom, etc., hablar de autogestión y construcción de comunidades de aprendizaje puede parecer un lenguaje ajeno que no representa la realidad que impera en el país, en que lo que se construye día a día es un sistema que reproduce relaciones verticales y autoritarias en un espacio geográfico determinado, conocido como aula de clases y que adiestra al estudiante a la obediencia y al seguimiento de comandos verbales.

La educación virtual parte del supuesto de que la persona que estudia desea aprender y llega al nivel superior con las capacidades mínimas necesarias para hacerse responsable de su propia formación y adoptar un paradigma en el que no tendrá enfrente a alguien con autoridad que le dictará la pauta a seguir, sino que tendrá a su lado a un facilitador que le acompañará en su propio proceso del cual la persona que aprende es la única responsable.

Pero las evaluaciones educativas reflejan una persona que llega con deficiencias en la generación de pensamiento abstracto (falta de capacidad para comprender textos y bajo rendimiento matemático) y quizá el aditivo de este diagnóstico pesimista es que se ha criado una generación mimada que aprendió muy bien de derechos pero no de valores como disciplina, esfuerzo, determinación y decisión, sin los cuales, aún con el más dictador de los profesores, no se construirá nada más allá de un manual para sobrevivir un sistema escolar que privilegia el cumplimiento de indicadores de eficiencia terminal, no de construcción de seres pensantes que se esfuerzan.

“Que los repruebe la vida”, es una frase muy común entre docentes que claudican en su misión de formadores, y se resignan a cumplir la tarea de meros transmisores de conocimientos. Lo malo, es que en ese “que los repruebe la vida”, se cuelan futuros servidores públicos, profesionistas y/o empresarios que pasaron, de la cátedra, a la persona que aprendió, pero la máxima del capitalismo: a obtener el mayor beneficio al menor costo posible.