• Columna de opinión.
  • Escrita por: Oscar Miguel Rivera Hernández.

¡Hola! En esta ocasión, ofrezco una reflexión crítica, análisis o impresión, como usted lo quiera tomar, sobre la reciente elección desairada, de la dirigencia nacional del PAN.

El fin de la era de Cortés, que llevó al PAN a su tercer gran tropiezo electoral, parecía una oportunidad de renovación para el principal partido de oposición. Sin embargo, el nombramiento de Jorge Romero Herrera como nuevo líder confirma lo contrario. Romero, diputado con licencia, ha accedido al poder con el respaldo de los mismos grupos que sostuvieron a Cortés, replicando un modelo de liderazgo que fracasó en conectar con la ciudadanía y revitalizar el partido.

El perfil de Romero no es alentador. Vinculado al infame Cártel inmobiliario en la Ciudad de México, su carrera política ha estado marcada por polémicas que cuestionan su integridad y compromiso con los valores democráticos. En lugar de representar una ruptura con el pasado reciente, su liderazgo asegura la continuidad de una línea estratégica que ha priorizado intereses personales y de grupo sobre el fortalecimiento del partido y el bienestar del electorado.

El proceso que lo llevó a la dirigencia estuvo plagado de irregularidades, desde cambios de domicilio de casillas hasta reticencias a firmar actas y el acarreo de votantes, lo cual refleja un panorama sombrío para un partido que alguna vez se enorgulleció de ser la alternativa ética en la política mexicana. Las maniobras de los gobernadores panistas y otros actores clave inclinando la balanza a favor de Romero solo refuerzan la percepción de que el PAN sigue atrapado en prácticas políticas que socavan su credibilidad y su capacidad para ofrecer un proyecto distinto y renovador.

Esta continuidad no sorprende si consideramos el papel de Marko Cortés, quien en su última etapa como dirigente hizo todo lo posible para asegurar que sus huestes quedaran en posiciones estratégicas detrás de Romero. Lo que para algunos parecía una transición era en realidad un ajuste calculado para mantener el control del partido en manos de los mismos actores responsables de la debacle de 2024. De esta manera, Romero no solo hereda el cargo, sino también la misma inercia de falta de innovación y dependencia de estrategias políticas agotadas.

El PAN ha pasado de ser una fuerza política con principios sólidos y una visión clara para el país a una maquinaria que apenas sobrevive entre divisiones internas y luchas de poder. Con Romero a la cabeza, se refuerza la percepción de que el partido ha perdido la capacidad de ser una oposición real y constructiva, un papel que alguna vez desempeñó con efectividad. La ciudadanía, cansada de promesas vacías y de la ausencia de alternativas viables, observa con escepticismo cómo la dirigencia actual del PAN parece repetir los errores del pasado, sin aprender de ellos.

El PAN, se encuentra en una encrucijada crítica. La salida de Marko Cortés, marcada por la pérdida de rumbo y desastrosos resultados electorales, dejó un vacío que ahora busca ser llenado por Jorge Romero Herrera. Sin embargo, la elección de Romero, apoyado por los mismos grupos que respaldaron a Cortés, refuerza la percepción de que el partido no ha aprendido de sus errores y sigue inmerso en un ciclo de liderazgo estancado y sin visión.

Este año, los movimientos políticos al interior de los partidos han sido de una intensidad sin precedentes en materia político-electoral, evidenciando la clara definición de los grupos de poder en cada uno de ellos. La reelección de Alejandro Moreno Cárdenas como presidente del PRI, con un liderazgo extendido hasta 2032, es una prueba tangible de la resistencia al cambio que persiste en las cúpulas partidistas. Esta continuidad refleja el temor a perder el control y la falta de interés en abrir espacio a nuevos liderazgos o ideas renovadoras que respondan a las necesidades del país.

Por otro lado, Morena ha consolidado su hegemonía con la llegada de Luisa Alcalde a la dirigencia nacional. Alcalde representa una apuesta por el relevo generacional, pero su liderazgo también busca mantener la cohesión de un partido que, a pesar de sus victorias electorales, enfrenta desafíos internos y externos para garantizar su dominio político en los próximos años. La definición de estos liderazgos refleja un contexto político donde los partidos buscan aferrarse a su poder, incluso si eso significa sacrificar la verdadera renovación y apertura.

Mientras tanto, otros partidos, como Movimiento Ciudadano, el Partido Verde Ecologista de México y Partido del Trabajo, también deberán enfrentar sus propios procesos internos. Todos estos movimientos confirman y seguirán confirmando, que el panorama político de México está dominado por fuerzas que, aunque se renueven en apariencia, siguen atrapadas en viejas dinámicas que limitan el verdadero cambio y la respuesta a las demandas de la ciudadanía.