Escrito por: Laura Castro Golarte.
El aguacero estaba a punto. Amenazó todo el día y los charcos en las esquinas eran noticia de que la lluvia no daría tregua. Va a caer un tormentón.
Uno de Octubre de 2024 y desde hacía semanas la Ciudad de México había estado bajo asedio del temporal. El pronóstico se repetía en todos los weather channels. A la gente no le importó.
A las 6 de la mañana por lo menos, contingentes de todo el país empezaron a llegar al Zócalo. La ceremonia de entrega del bastón de mando sería a las 4 o a las 5 de la tarde y era necesario (y para muchos urgente) madrugar para apartar lugar.
A la Cámara de Diputados estaba muy difícil llegar, cierres viales por todos lados, de todos modos no dejarían entrar y allá no vendían paraguas ni impermeables… alguien hizo su agosto.
A la hora de la hora, quién sabe si fueron más las personas detrás de las vallas de policías y de las barreras metálicas a lo largo de todo el trayecto, que las que se concentraron en el Zócalo. Desde dos puntos distintos de la capital de la República federal de los Estados Unidos Mexicanos salieron dos convoyes que tendrían compañía durante la travesía al recinto sede del Congreso General del Poder Legislativo en San Lázaro.
Los bloqueos al tránsito vehicular y las restricciones para la circulación del transporte público no impidieron que la gente llegara a despedir y a recibir. Había mantas con letreros de agradecimiento para Andrés Manuel López Obrador: “Gracias” con la reproducción de la portada del libro que apenas empezó a circular en febrero de este año; y mantas que decían “Es Claudia”; en algunas la foto era la del presidente cuando levantó la mano a la hoy presidenta constitucional Sheinbaum Pardo y se adelantó el proceso electoral.
Mantas, banderas, cartelones, gorras, camisetas y la alegría en los rostros, la expectación, la certeza de que sería un día largo y pesado, pero no importaba; seguramente llovería… y tampoco. Nadie se podía dar el lujo de perder el lugar de primera fila en las calles y avenidas de la Ciudad de México. El 1 de Octubre empezó temprano, símbolo de un tiempo nuevo que se venía fraguando.
Es un fenómeno
Es un fenómeno. Que se sepa, salvo algunas expresiones notables y, por lo mismo, históricas, pocos presidentes de México fueron despedidos de manera apoteótica por el pueblo y recibidos igual. Hay referencias de Agustín de Iturbide antes de que se impusiera como emperador y desconociera al Congreso, claro está: cuando entró a la Ciudad de México al frente del Ejército de las Tres Garantías el 27 de septiembre de 1821.
Nada extraordinario hasta la restauración de la República cuando Benito Juárez llegó a la Ciudad de México, derrotados los franceses y fusilado a Maximiliano de Habsburgo en julio de 1867. Un Porfirio Díaz héroe recuperó y entregó la capital.
Y el recibimiento auténtico a Francisco I. Madero el 9 de febrero de 1913, a unas horas de la Decena trágica e ignominiosa de la que fue escenario esta misma ciudad.
¿Después de eso? Nada. Sin minimizar la reacción de los electores, la fiesta del 2 de julio del año 2000 fue más por quienes se iban que por el que llegaba. Al cabo de seis años la confirmación del engaño fue brutal y dolorosa. Antes de eso, lonches, despensas, refrescos y
muchas veces dinero llenaban las calles de personas asociadas a las grandes corporaciones creadas y alimentadas por el sistema: centrales obreras, sindicatos, organizaciones populares, burócratas. Sí hubo una manifestación auténtica pero de repudio en septiembre de 2012, ya saben, al más puro estilo: mentadas, chiflidos y un láser insistente para molestar y distraer.
No cuentan las veces que se llenó el zócalo para reclamar sucesivos fraudes, porque el protagonista de esas manifestaciones no era presidente. Se guardaron, esperaron e hicieron explosión en 2018 junto con los precedentes estancados de represión, injusticias y abusos; el desdén acumulado que había conseguido aplacar y acallar, fue apartado como de un solo golpe, aunque en realidad ya se venía gestando desde hacía décadas. El tiempo nuevo no se estrena de un día para otro. Los minutos empezaron a correr mucho antes.
Despedida y recibimiento del 1 de octubre de 2024 fueron expresiones inéditas en nuestro país. Esto sí nunca había pasado. Cientos, miles, millones, presentes en vivo y a través de redes y medios, fueron testigos de un cambio de gobierno pacífico y unido por un hilo
conductor. Hay continuidad y también es un fenómeno. Habrá que estudiar y analizar, para reflexionar con profundidad, el fenómeno multidimensional que ahora atestiguamos y del que somos también protagonistas.
Llegar a San Lázaro
Ese día, después de una larga caminata antes de las ocho de la mañana, conforme avanzaba y arreciaba el paso hacia la Cámara de Diputados, la transformación de la ciudad era evidente. El taxi apenas hizo 18 minutos desde la calle de Bolívar a la puerta principal de San Lázaro, pero me dejó del otro lado de la avenida H. Congreso de la Unión. Que no había paso, me dijo, cuando le había solicitado que me dejara en Eduardo Molina y Emiliano Zapata. El chofer entró en pánico. Ya ni yo.
De la calle Juan de la Granja, sí, caminé por Congreso de la Unión hasta Héroes de Nacozari. La valla de policías, infranqueable, estaba apostada desde las 3:30/4:00 horas. Llegaron en la madrugada y seguían en pie como si nada. Escudos y celulares en mano, les tocaba atajar y esperar. Al dar vuelta las banquetas estaban llenas de gente que esperaba el paso de los dos convoyes. De pronto quiso salir el sol pero las nubes, como los policías…
Héroes de Nacozari desemboca directo en Eduardo Molina y estaba en la acera correcta. Pues no. El paso peatonal estaba cerrado y había que entrar por el arroyo de la avenida para ingresar por Emiliano Zapata. Un puente peatonal fue la clave. Soldados y elementos de diferentes corporaciones acompañaban a los transeúntes. Llegué casi a las nueve de la mañana. Desde Bolívar hasta ubicar un espacio en la sala de prensa habían transcurrido dos horas.
Imposible entrar al recinto, la acreditación me confinó a la Sala de Prensa y al vestíbulo, pero ahí tampoco. Estaba tomado por fotógrafos y camarógrafos de todo el mundo. Y ellos, cada uno armado con sus cámaras, sus escaleras portátiles y sus mochilas, valían por tres o por cuatro, se redujo el espacio como si hubiésemos sido mil en lugar de 400 periodistas acreditados. Tampoco se podía pasar, qué esperanzas de tomar una foto. Recortes de pantalla para mandar los reportes en tiempo real, sólo eso y la convivencia apenas con periodistas de Chile, Argentina, España, Estados Unidos y de varios estados de la República: Jalisco, Sonora, Tabasco, Estado de México, Morelos, Oaxaca, Chiapas, Veracruz… No es lo mismo estar en directo que ver todo a través de una pantalla, por supuesto, pero el trajín en el recinto era impresionante: un hervidero de políticos, gente de servicio, de comunicación social y de
reporteros por los amplios espacios de la Cámara de Diputados.
Después de los posicionamientos de cada fracción parlamentaria se decretó un receso para que los comisionados recibieran, primero, al presidente saliente Andrés Manuel López Obrador y, después, a la presidenta entrante, Claudia Sheinbaum Pardo.
Hubo un intento de manifestación de trabajadores del Poder Judicial, de inmediato fueron contenidos, sin violencia, para que no trataran de entrar al recinto justo arriba de la Sala de Prensa; aparte de este incidente, asustaron más los cohetones que se lanzaban desde afuera y tronaban con todo y papelitos metálicos y multicolores, iguales que los que cubrieron el cielo en el Zócalo más tarde.
La seguridad en los ingresos fue extrema; en las salidas no. Terminó la ceremonia y, escrito lo escrito, recortado lo recortado, apuntado y visto lo correspondiente, tocaba emprender el camino para llegar puntual al Zócalo que, seguro, para esas horas, poco antes de la una de la tarde, ya estaría a reventar; sin olvidar por supuesto, los cierres viales y la incertidumbre de hasta dónde podría llegar, lo más cerca posible, en taxi.
Creí que había pasado por todo en 40 años: por las peores incomodidades, sacrificios, desvelos, desmañanadas, gritos y estridencias, apretujones, bloqueos, discriminación, cierres groseros y prepotentes, franqueos amables y consecuentes… Me faltaba.
Llegar al Zócalo
La confluencia de eventos en un mismo punto fue impresionante. Signo del tiempo nuevo: una constelación de acontecimientos únicos con efectos irreversibles. Desde los más pequeños y personales, hasta los enormes y colectivos. Todos en el lugar que es centro y corazón desde hace milenios.
Llegar al Zócalo, a la Plaza de la Constitución, a la que alguna vez fue Plaza Mayor y, antes, explanada del Templo Mayor frente al Palacio de Moctezuma, no fue nada fácil. Igual: 20 minutos de San Lázaro a la calle Valerio Trujano, punto final en vehículo, según el GPS. En realidad fueron 40 y, la verdad, no tanto como podría haber sido.
Estaba vez tocaba caminar por Reforma hasta la Alameda, tomar un tramo por la Avenida Juárez, al mismo tiempo que cientos de personas con destino compartido. Apenas iban ser las dos de la tarde y creí que podría darme un tiempo para comer y descansar unos minutos en el hotel. Lo hice, no por mucho tiempo, en menos de una hora ya estaba de camino hacia el Zócalo. Sabía que el acceso para la Prensa era por la calle de Moneda pero desde atrás de Palacio Nacional, por Correo Mayor. Creí que no habría problema… fue una mala apreciación.
Un trayecto que en cualquier día habría hecho, caminando con prisa, en siete o diez minutos cuando mucho, de la calle de Bolívar hasta el ingreso por Moneda; me llevó hora y media. Todavía caminaba ¡por fin! por Moneda hacia el Zócalo cuando empezó la ceremonia de la entrega del bastón de mando.
La cantidad de gente era impresionante, no cabía un alfiler, nos apretujábamos y avanzábamos milímetro por milímetro. No me dejaron pasar por Erasmo Castellanos y 16 de septiembre; llegamos todos juntos a Correo Mayor y eran dos cuadras, más la parte posterior
de Palacio Nacional, hasta Moneda. Nos desviaron a unos pocos con gafete hasta Academia, para desde ahí dar vuelta y entrar por el acceso indicado.
Antes, estuvimos detenidos, toda la gente en ambas aceras de Correo Mayor, mientras salían los convoyes de los presidentes y mandatarios invitados que ya se retiraban. La lluvia seguía amenazando y, de pronto, llegaba un aire fresco, pero estábamos sudando, era un sauna colectivo. Gritos, bromas, empujones, apretujamiento total, varados… Territorio fértil para una tragedia, una caída, un aplastamiento masivo, nada pasó. Pasito a pasito, con los brazos protegiendo el cuerpo, nos dieron paso por Corregidora hacia Academia. Ya era muy tarde. En el gafete decía que la ceremonia empezaría a las cuatro, pero luego avisaron que a las cinco. Fue como 15 minutos antes de la cinco y no llegué puntual. Desde Moneda y Correo Mayor empecé a escuchar a la guía espiritual.
Hubo que dejar pasar primero a un senador protegido por ocho o diez o quince guaruras del SNTE “¡traemos a un senador!”. Y le franquearon el paso antes que a muchos, una contradicción temporal, espero que no sea bucle.
Alcancé a escuchar la lista de asistentes: mixtecas de la montaña de Guerrero, mixtecas de Oaxaca; de Puebla. Tzotziles de Chiapas, tzeltales de la Selva sur de Chiapas; zapotecas de los Valles de Oaxaca, mayas de Campeche, Yucatán y Quintana Roo; mexican de Nayarit; nahuas de Jalisco, de Morelos, de la huasteca, Tlaxcala, San Luis Potosí, Veracruz; caxcanes de Zacatecas; cocas de Jalisco; pirindas y purépechas de Michoacán; mascogos de Coahuila; afromexicanos de Oaxaca, Guerrero y Veracruz; yaquis de Sonora, tojolabales, otomíes, mazatecas, o’obas, wixárikas, coras, ópatas, mayos, cucapá… No fueron mencionadas todas, pero estaban las 70 y los mexicas, los teotihuacanos y los olmecas, la cultura madre, de la que abrevaron todas las civilizaciones anahuacenses.
Cuando Claudia Sheinbaum subió al templete, una treintena de mujeres indígenas la esperaban. Todas gobernadoras, guías espirituales, médicas tradicionales, representantes de comunidades como la afromexicana de Veracruz, la rarámuri de Chihuahua; la purépecha de Michoacán, la tojolabal de Chiapas y la nahua de Morelos.
Fue recibida por dos guías espirituales, grandiosas, poderosas: Teresa de Jesús Ríos García, mazateca de Huautla de Jiménez, Oaxaca; y Ernestina Ortiz Peña, de Santiago Tilapa, Tianguistengo del Estado de México. Ambas emprendieron la ceremonia de “limpia” tradicional en torno a una ofrenda de frutos de la madre tierra. Ernestina le dijo: “Hermanita Claudia, te recibimos con amor, con alegría, con gusto. Tú eres la voz de las que no tuvimos voz por mucho tiempo; eres la voz de nuestros pueblos con dignidad… Hoy las mujeres indígenas estamos de fiesta” y todas.
“Claudia, qué los elementos sagrados te acompañen, que el agua bendita purifique siempre tu alma, que el aire siempre esté contigo; que nuestra madrecita tierra te bendiga siempre con esa fuerza que los pueblos indígenas traemos” y las mujeres afros mexicanas… “Hermanita Claudia te bendecimos y con este copalito te decimos que nuestro dador de la vida, nuestro padre y madre te bendigan en este trabajo tan importante para los mexicanos, porque tenemos esperanza en ti”.
Pisé el Zócalo cuando decenas de miles de almas se volteaban hacia el Sur para invocar a los vientos cálidos y a todas las fuerzas de la naturaleza para que prevalezca el buen tiempo los próximos seis años, para que haya buenas cosechas, salud y bienestar para todo el pueblo de México.
Se había convocado ya al padre Sol para que ilumine, dé fortaleza, resistencia y sabiduría a la presidenta Sheinbaum; al poniente, hacia la casa de la mujer guerrera, en busca de cuidado y protección, de entereza y humildad para tomar todas las decisiones.
Ahí estuve cuando se invocaron las fuerzas del norte: “para que en el gobierno de la Presidenta Constitucional los problemas se resuelvan mediante el diálogo, la construcción de acuerdos, el perdón y la reconciliación con sentido humanista garantizando el respeto y la paz entre todos los pueblos y naciones de la tierra, sin ningún tipo de clasismo, discriminación, racismo ni machismo”.
Siguieron los 100 puntos, para tener a la mano en los días, en los meses, en los años que vienen.
Sincrónica
En el centro de México, con el Palacio Nacional de fondo y a un costado el Templo Mayor y la Catedral Metropolitana; la Campana de Dolores al frente y el Escudo nacional tallado en cantera; con la bandera de palacio hasta arriba y la monumental en el centro de la plancha, ondeando a todo lo que daban con vientos del norte, la energía se desbordó. Recorrió las pieles, las erizó. Por un momento se abrió el cielo y fue simbólico. Una especie de conjuro contra todas las amenazas.
Las fuerzas descritas coincidieron en un punto, en un momento y, aquí sí, de golpe, se abalanzaron sobre los mexicanos todos los significados, todos los estratos del tiempo: pasado, futuro, presente, todas las historias; los precedentes estancados en el espacio de experiencia; y todas las esperanzas en el horizonte de expectativas.
Se concentraron en ese instante, a esas horas, ese día, el pasado ancestral y grandioso, potente y único: mujeres gobernadoras de pueblos originarios, guías espirituales, a un paso del Templo Mayor, rituales, conexión con el universo, cosmovisión, profundidad, cambio, grandeza. El México profundo perviviente.
El pasado virreinal, sincrético. A un tiempo bello y doloroso, artístico y creativo. El Palacio Nacional y la Catedral ahí, monumentales, extraordinarios; dos ejemplos de poder y tradición, de la segunda: creencias arraigadas y casi inamovibles. Y del primero, ejemplo de
transformación: arquitectura española construida sobre el Palacio de Moctezuma con tres incrustaciones preciosas: la Campana, la Bandera, el Escudo: México libre, nación independiente.
El presente intenso, con resistencias, antagonismos y adversidades es normal, pero menos incierto el rumbo hacia el futuro, con proyecto de nación, con idea de transformación radical enfocada en el pueblo, como hacia mucho que no, por primera vez para las generaciones que coincidimos aquí y ahora.
Pasado, presente y futuro en un solo momento, estratos, elementos incuestionables de un tiempo nuevo cuyos efectos son irreversibles.
Salí bien, caminando sin prisa, sin bloqueos ni retenes, sin apretujamientos, en el flujo continuo de personas que se regresaban por la calle de Madero a sus destinos, a sus puntos de encuentro, con esperanza, gritando aún; cantando.
Y no llovió.