• Columna de opinión.
  • Escrita por: Oscar Miguel Rivera.

¡Hola! Nuevamente, aquí compartiendo una reflexión, análisis o impresión sobre lo que está sucediendo en Venezuela. Quiero aclarar, primeramente, que mi comentario va en el sentido del respeto a la soberanía de un país y no porque esté de acuerdo con los años de gobierno de Nicolás Maduro.

De hecho, critico fuertemente sus violaciones a los derechos humanos, reprimiendo a la sociedad y haciendo detenciones arbitrarias; su gestión económica, marcada por una hiperinflación galopante, el desabasto de alimentos, medicamentos y otros servicios, así como la devaluación de su moneda; y su corrupción, aislamiento internacional, censura y manipulación de la información. Todo esto ha provocado una compleja situación en Venezuela, marcada por profundas divisiones políticas, económicas y sociales.

El tema que trato en esta ocasión es el escenario internacional convulso y polarizado que ha provocado la sucesión presidencial y el espectáculo de la oposición en Venezuela, que se desploma con la fragilidad de un castillo de naipes.

La maquinaria electoral venezolana, diseñada para erradicar el fraude crónico que asolaba sus comicios, ha demostrado ser un baluarte de transparencia. Sin embargo, las sombras del intervencionismo extranjero y los susurros neoliberales intentan mancillar un proceso electoral que, pese a los intentos de saboteo, ha cumplido con los más rigurosos estándares de auditabilidad y seguridad.

En el ya de por sí complicado panorama post-electoral de Venezuela, la infodemia se ha convertido en un protagonista más, exacerbando las tensiones y la desconfianza. Medios internacionales y locales opositores al gobierno de Maduro han difundido una avalancha de desinformación y rumores, en un intento por desacreditar los resultados electorales y alimentar la narrativa de un fraude masivo.

Esta campaña de desinformación no solo ha aumentado la polarización dentro del país, sino que también ha complicado los esfuerzos de diálogo promovidos por actores regionales como México, Brasil y Colombia. La infodemia, caracterizada por la circulación de noticias falsas y manipulaciones, ha intensificado el conflicto, dificultando la posibilidad de una resolución pacífica y transparente del proceso electoral.

La imagen de Estados Unidos, antaño símbolo de democracia, se tambalea bajo el peso de sus propias contradicciones. El expresidente Donald Trump, con su retórica incendiaria y sus políticas de mano dura, ha intentado imponer su visión en tierras ajenas, ignorando la autodeterminación de los pueblos. Venezuela, con sus complejidades y retos, se ha convertido en el tablero de ajedrez donde se juegan partidas sucias, movidas por intereses económicos y geopolíticos que poco tienen que ver con el bienestar de su gente.

Es lamentable que figuras como Vicente Fox y Marko Cortés Mendoza, representantes de un neoliberalismo trasnochado en México, se presten a este juego de injerencias. Intentaron, con descaro, infiltrarse en Venezuela bajo la máscara de “observadores internacionales”, invitados por una oposición que se desmorona bajo el peso de su propia falta de credibilidad. La audacia de estos personajes, al pretender influir en un proceso electoral soberano, es un recordatorio de que las viejas mañas del poder no conocen fronteras.

El sistema electoral venezolano, lejos de ser el villano que pintan sus detractores, ha implementado un sistema electrónico auditado por múltiples partidos, blindado contra el fraude. La frase “acta mata voto”, que resuena dolorosamente en la historia electoral de México, ha sido desterrada en Venezuela, donde la máquina electoral garantiza que el voto refleje la verdadera voluntad popular.

La narrativa de la oposición venezolana, apoyada por potencias extranjeras y neoliberales ansiosos de saquear sus recursos, se enfrenta a una realidad insoslayable: el Consejo Nacional Electoral tiene un cronograma y lo ha cumplido, a pesar de los intentos de hackeo y las campañas de desinformación. La verdad se abre paso a pesar de las mentiras, y los resultados, basados en el 97% de las actas, muestran una tendencia clara que la oposición se niega a aceptar.

En este contexto, es importante entender que la injerencia de Estados Unidos y sus aliados neoliberales no es un acto de benevolencia democrática, sino una estrategia para controlar y subyugar. Estados Unidos insistió en su apoyo a González. “Las cifras hablan por sí solas”, expresó Mark Wells, subsecretario de Estado interino para Asuntos del Hemisferio Occidental del Departamento de Estado, y sentenció. En una llamada con periodistas, comentó que Washington está a favor del diálogo impulsado por México, Colombia y Brasil. Varios periodistas le pidieron que aclarara si Estados Unidos había declarado presidente electo a González, aunque ya había comentado que Edmundo González obtuvo la mayoría de los votos. La secretaria de prensa de la Casa Blanca, Karine Jean-Pierre, aseveró que Estados Unidos trabaja de cerca con sus socios regionales e internacionales tras los comicios venezolanos.

Esto se ha dado después de darse a conocer que países como México, Brasil y Colombia sostienen conversaciones con la oposición y el oficialismo venezolano. Aunque no intentan fungir como mediadores, estos tres países han hecho recomendaciones al gobierno y a la oposición para que sigan las leyes.

Venezuela, con sus desafíos y luchas, no necesita ser salvada por aquellos que han contribuido a su aislamiento y crisis. Lo que necesita es respeto a su proceso soberano y apoyo para superar los obstáculos que enfrenta, sin las garras del neoliberalismo y el intervencionismo extranjero tratando de dictar su destino.

El show de la oposición se desvanece, y con él, las ilusiones de aquellos que pretenden manipular la voluntad de un pueblo. Venezuela se erige como un testimonio de resistencia frente a las fuerzas que buscan despojarla de su autonomía. Que esta lección resuene más allá de sus fronteras, y que la soberanía de los pueblos sea respetada como el pilar fundamental de la verdadera democracia.