- Columna de opinión
- Escrita por: Oscar Miguel Rivera Hernández
La política es un terreno fértil para intrigas y sorpresas, donde las alianzas cambian con la rapidez del viento y los leales pueden volverse traidores en un abrir y cerrar de ojos. El reciente episodio protagonizado por Alejandro Moreno y Rubén Moreira en contra de Beatriz Paredes durante el proceso de selección de la candidata presidencial no debería sorprender a nadie.
El proceso de selección de candidatos presidenciales es una muestra clara de cómo los partidos políticos, en lugar de ser vehículos de expresión ciudadana, a menudo son controlados por las élites dirigentes. Las dirigencias partidistas, como las de cualquier organización, buscan asegurar su permanencia y poder, a menudo sacrificando la voluntad de los ciudadanos en aras de sus propias conveniencias.
En este caso, la imposición de candidatos y la manipulación de resultados ponen de manifiesto una falta de confianza en la democracia interna y socavan la credibilidad de los partidos.
El caso de Beatriz Paredes, quien ha servido al PRI con lealtad y dedicación, es especialmente emblemático. Su experiencia y trayectoria dentro del partido la convertían en una candidata formidable, pero la preferencia de las cúpulas partidistas se inclinó hacia otros intereses, a las de los verdaderos dueños de la franquicia impulsada con el nombre de “Frente Amplio Por México”. La traición de su dirigente Alejandro Moreno, no solo es un golpe a su integridad, sino también a la imagen de la política como una vía para el servicio público y la defensa de principios.
Si Beatriz decide aguantar en las hileras del PRI, incluso cuando las patadas injustas y venenosas de “Alito” Moreno se zarandean sobre ella, aún en contra de sus “principios”, al menos los que ha demostrado tener, estaría revelando que ella es parte del teatro y folklor que han construido al interior del frente opositor, el cual está tejido de intereses y ambiciones por regresar y recobrar sus intereses.
Todo esto, también refleja la falta de unidad en la oposición, lo que lleva a situaciones en las que la competencia interna se vuelve más un ejercicio de descalificación mutua que una evaluación objetiva de los méritos de los candidatos. Las descalificaciones y ataques, ocurridos en las presentaciones y debates, tanto en las “Corcholatas” de Morena, como en el Frente opositor, en lugar de ofrecer propuestas concretas, suelen desviar la atención de los asuntos realmente importantes para el país.
Por otra parte, algo sí es seguro, Xóchitl Gálvez encabezará el frente PRI, PAN y PRD. Un giro que haría sonreír a Morena y a Claudia Sheinbaum. Con humor sagaz, La Jornada ilustra: “Después del zarandeo priísta, ¿Cómo hinchar nuevamente a la señora X?”.
Las dirigencias de los partidos que integran al Frente opositor, parecen estar más preocupados por asegurar su posición y mantener el control, que por construir proyectos colectivos sólidos y respetar los valores democráticos. Los acuerdos cupulares y las traiciones no son más que una muestra de cómo la lucha por el poder supera a la visión de un futuro mejor para el país.
En Morena, un escenario moderno, también existen traiciones. La figura de AMLO, con su carisma magnético y sus promesas de cambio, emergió como un faro para muchos, iluminando sueños de un México renovado. Sin embargo, toda leyenda requiere su contraparte oscura y en la narrativa de la mayoría, Marcelo Ebrard se alzó como el elegido para ocupar esa figura.
Las traiciones y descalificaciones pueden ser inevitables en la lucha por el poder, pero también pueden ser una llamada de atención para reflexionar sobre la importancia de robustecer los cuadros de los partidos con identidad, buscando fortalecer la democracia y renovar la confianza en los procesos políticos.