Opinión por Edgar Olivares

El escudo protector del Presidente Andrés Manuel López Obrador no es el detente, sino la popularidad en las mediciones y encuestas de opinión pública. Ese número mágico del 60 por ciento o más de aceptación le da licencia al mandatario lo mismo para ser un macho mexicano, que para usar el presupuesto federal a su total antojo y descalificar a cualquier organismo, institución o personaje que se le atraviese.

El presidente López Obrador, forjado desde la oposición durante más de cuatro décadas, entendió que lograr el apoyo de un porcentaje de la población y enamorar a esa parte del pastel electoral con códigos simbólicos y discursos que se alejaran de lo que tradicionalmente era la política en México, sería suficiente para convertirse un hombre todopoderoso: respetado, admirado, encumbrado y hasta adorado.

Frases como “Yo tengo otros datos”, “Mis adversarios están detrás de esos movimientos”, “Se juntan para querer frenar la Cuarta Transformación”, “Quieren reinstalar el régimen de corrupción”, “Yo también tengo mi derecho de réplica” y “Ya chole”, se han convertido en el eje rector del discurso cuando llegan los cuestionamientos, las críticas y la presión de distintos sectores de la población.

Si los colectivos feministas, que luchan con el #PresidenteRompaElPacto creen que la presión hará cambiar de opinión a López Obrador se equivocan. Mientras la popularidad siga en los números positivos y aumentando, no habrá movimiento, organismo, medio, periodista, liderazgo social ni poder humano alguno que doble al Presidente López Obrador.

Se le puede considerar un rey, un emperador o un presidente con una legitimidad envidiable por muchos mandatarios en el mundo, lo cierto es que lo que diga y haga será siempre en concordancia con su voluntad absoluta. Sin medias tintas ni arrepentimientos.

Mientras la popularidad siga viento en popa, él no tiene nada qué perder: se puede dar el lujo de gastar el Presupuesto como quiera, descalificar a la Auditoría Superior de la Federación, acusándola de exagerada y mentirosa y de hacerle el trabajo sucio a la oposición, puede hacer gobernador a Félix Salgado Macedonio y brindar por ello, puede mantener a los funcionarios ineptos o que sean cuestionados y acusados de corrupción solo para no darle el gusto a quienes los descubrieron y podrá gobernar a su antojo, como un monarca encumbrado por el resto de su sexenio, al fin que no habrá delito qué perseguir ni responsabilidad alguna cuando se vaya, pues su popularidad alcanzará para otro sexenio –cuando menos–.

Quienes cuestionan, lo critican y hasta lo golpean políticamente no han entendido que AMLO le habla a su masa, les chiquea, les entiende y esa masa a su vez le responde: le perdonamos todo porque es AMLO, porque no es corrupto, porque es austero, porque no quiero regresar al pasado. Perdonarle todo AMLO, aunque juegue el papel de macho, emperador, rey o patriarca. Su popularidad es la ley, su popularidad es el poder en su máxima expresión y por ende su escudo protector: “Detente enemigo, que la voluntad del pueblo está conmigo”.